Sin lugar a dudas somos testigos de importantes vacíos de autoridad en nuestro país. Se ha perdido el respeto a instituciones fundamentales del Estado y la confianza en los procedimientos, ofertas e incluso en la palabra de algunos dirigentes políticos. Se desconfía tanto, que las negociaciones se realizan a través de situaciones de hecho o no se realizan.

Pareciera que la meta de algunos políticos es “llegar” y se preparan muy bien para alcanzarla, pero de ahí en adelante no saben ejercer como verdaderos líderes en una nación diversa y compleja como la nuestra. Da la impresión que estos líderes actúan a espaldas de la realidad, desconociendo las necesidades, idiosincrasia y dolores de su propia gente.

¿Por qué no pueden prevenir tantos paros y medidas de hecho? ¿Acaso no se repiten periódicamente los reclamos del sector educativo y de salud? ¿Hasta cuándo tanta insensibilidad para buscar la manera de dialogar, prevenir y negociar adecuadamente?

Vivimos una “cultura de sospecha”. Se cree que algo escondido hay detrás de todo, de cada resolución, contrato, nombramiento, negociación… Se considera que de seguro favorecerá a alguien en especial y perjudicará al pueblo. Esta cultura lesiona también la imagen de los más confiables dirigentes porque es ya una actitud defensiva ante tanto desengaño que hemos vivido y vivimos.

No solo es lamentable sino muy grave que las autoridades pierdan respeto y prestigio, dos condiciones esenciales para el ejercicio del poder, incluso en el interior de las familias, donde padre y madre necesitan mantener el respeto de sus hijos hacia ellos para lograr guiarlos, conducirlos y ser vistos como las cabezas del hogar.

Según Howard Gardner, un líder es aquel a quien la gente sigue porque cree en su historia, porque le tienen confianza a su palabra que está encarnada en la propia vida. Porque un liderazgo se fundamenta en los valores y en la moral de una persona, en la coherencia entre su hacer y decir, en su recta intención y en la transparencia de sus actos.

Un líder debe conocer a su gente, estar al tanto de sus necesidades, escucharlos, debe prevenir las reacciones ante los cambios que quiere introducir y por lo tanto tener la precaución de prepararlos, anticipándose a los cuestionamientos con respuestas convincentes y serias. Debe saber tomar las decisiones adecuadas y también tener en cuenta los sentimientos de la sociedad.

La tarea actual de quien quiera ser un líder en la comunidad exige mucha responsabilidad porque le toca la difícil tarea de restaurar la confianza perdida y esto implica un proceso delicado que no depende de una sola persona que quiera hacerlo, sino de muchos o muchas que actúen responsablemente para reparar el daño. Restaurar la confianza exigirá tiempo y muchas realizaciones que nos demuestren que sí están interesados en buscar el bienestar público.

La frase de moda “refundar la república” significa demasiadas cosas y plantea un sueño indefinido que se afianza en la fantasía y el deseo de cambio. Pero, lo que realmente tenemos que cambiar va mucho más allá de las estructuras políticas que sí ameritan ser revisadas y mejoradas. Y eso es lo más difícil de lograr: el cambio personal.

Necesitamos una conversión a los valores fundamentales del ser humano: la práctica de la verdad, la honestidad, la justicia, del respeto a la vida y los derechos de todos.

Necesitamos urgentemente más políticos que sean auténticos líderes morales con credibilidad y trayectoria de transparencia, que nos den la oportunidad de escogerlos, de votar por ellos y de no volver a equivocarnos al elegir a nuestros gobernantes.