Estamos los ecuatorianos como en un gran supermercado de problemas y soluciones, cada vez más abarrotado y confuso. Las perchas no cesan de llenarse y las cosas cambian a cada momento de apariencia, de precio y de lugar. Así, apenas hemos comenzado a ver lo que aparece en la frontera sur, por ejemplo, cuando ya reclaman nuestra atención nuevos y graves sucesos en la frontera norte.
Y no solo estamos perurgidos por lo que nos llega del exterior sino también, en igual o mayor medida, por lo que emana del interior. Cosas estas originadas por algunos, por pocos o por muchos de nosotros mismos.

Es comprensible que en una situación así se eleven demasiado las voces, se gesticule sin miramientos y hasta comiencen a empujarse unos a otros.
Comprensible y explicable como actuación de los grupos y las masas desorientados y exasperadas. Pero no es igualmente comprensible ni en modo alguno justificable una actitud similar de las autoridades y las instituciones, de los líderes en general, cuya función es, precisamente, la de orientar, conducir y en último término hacer prevalecer el orden fundado en la verdad, la justicia y la paz.
Todo, obviamente, dentro de las circunstancias y con las limitaciones que impone la realidad, sin renunciar a las aspiraciones de un perfeccionamiento que solo es posible ir logrando de lo pequeño a lo grande, día tras día, generación tras generación.

En la cuestión de los límites marítimos con Perú, por ejemplo, como en todas, lo primero es serenarse. Esta es una buena disposición para ver bien las cosas, a veces muy complejas, en sus diversas facetas. Esto antes de emitir algún juicio completo y definitivo. Y por cierto, antes de lanzarse con actuaciones precipitadas, carentes de base suficiente, que por lo mismo pueden desmoronarse.

Sobre esa cuestión –que he mencionado como ejemplo– está muy bien que el Presidente de la República, funcionalmente encargado de dirigir la política internacional, siga haciendo énfasis en la realidad jurídica y de todo orden conforme a la cual nuestro límite marítimo con Perú es el del paralelo geográfico ubicado a 3 grados, 23 minutos y 33.96 segundos de latitud sur. Así como está bien que el Congreso Nacional, funcionalmente encargado de complementar política y legislativamente la gestión internacional, ejerciendo sus derechos y cumpliendo sus obligaciones constitucionales, coadyuve al mantenimiento de dichos límites marítimos establecidos.

Pero no está tan bien que, singularmente al comenzar a ver ciertas importantes novedades en relación con la cuestión marítima, desde el Ejecutivo ecuatoriano se haya dado la falsa impresión de que no nos atañe lo que pase entre Chile y Perú en relación con los convenios marítimos tripartitos de 1952 y 1954, de los que tanto esos países como Ecuador somos suscriptores. Ni tampoco que algunos sectores o diputados del Congreso Nacional comiencen a dar la falsa impresión de que lo que resuelva el Ecuador en relación con su adhesión a la Convención del Mar depende de lo que digan o no digan el Congreso y el Ejecutivo del Perú sobre la vigencia, alcance y respeto que a esas autoridades les merezca tales convenios tripartitos.

Repito, para ese asunto, como para todos, lo primero es serenarse. Y, tal como dije en un artículo anterior, proceder con prudencia no exenta de fortaleza.