Hay una cierta analogía entre algunas de las actuaciones de Bush y de Chávez, por lo menos en lo que tiene que ver con perfiles fundamentalistas, pues cada uno cree que si alguien no concuerda con sus pensamientos, es su adversario. Algo así como “si no estás conmigo, estás contra mí”, conforme ocurrió luego del 11 de septiembre del 2001 y de la planificada invasión a Iraq, en el caso de Bush, y como parece suceder ahora, en el caso de Chávez, con su postura acerca del ALCA y de otras cosas. Pero las analogías se transforman en diferencias notables cuando se trata de la popularidad, pues el uno goza de ella y el otro está en su peor momento.

En efecto, Bush sigue cosechando lo que sembró con su desacierto de invadir Iraq, pues según una reciente encuesta del Washington Post, solo el 39% de la población de su país está de acuerdo con su gestión, ya que persiste la creencia, cada día más robustecida, y convertida ahora en certeza, de que Hussein no tenía armas de exterminio colectivo, gran pretexto para iniciar la guerra, respecto de la cual el 55% de los consultados cree que fue un error.

Además, 7 de cada 10 estadounidenses creen que el país carece de rumbo y que no había –los hechos lo demuestran– un plan perfectamente estructurado para actuar luego de la toma de Bagdad, un plan posguerra, lo que, unido a que cada día hay más soldados estadounidenses muertos, ha creado una especie de cansancio o fatiga popular.

En cuanto a Chávez, su proyecto dirigido a un amplio espectro de la población pobre venezolana, abandonada por muchos gobiernos, ha captado en su beneficio un amplio respaldo popular, lo que lo ha hecho creer que su deber mesiánico no es únicamente rescatar a Venezuela de sus posibles males sino a toda Sudamérica, descalificando a todo aquel que no comulga con su pensamiento, a tal punto de colocar en un segundo plano a sus socios de la Comunidad Andina de Naciones (Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú), al tener estos una visión distinta de la suya con respecto al ALCA y negociar, además, un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, lo que lo ha llevado a afirmar, que “Venezuela no tiene nada que buscar en la actual comunidad andina”, distanciamiento importante que debe ser tenido muy en cuenta en la subregión que, dicho sea de paso, no ha sabido manejar nunca su proceso integracionista, lleno de acuerdos poco productivos, porque cada país, según la ocasión, ha ido con su talante por su propio rumbo.

Las de Bush y las de Chávez son realidades distintas, pero cada presidente, en su ámbito, se cree dueño de la verdad, perdidos como están en sus personales fundamentalismos.

Y en cuanto a la CAN, da pena constatar que no obstante la retórica que se exhibe en las reuniones internacionales a nivel de ministros, las palabras se van apenas pronunciadas y vuelven a estar vigentes, como siempre en nuestra azarosa historia, las amenazas de todo tipo, incluso las relativas a las fronteras. Parecería que la misión de Estados Unidos y de nuestros presidentes –no de nuestros pueblos– es mantener eternamente dividida a América Latina.