Estoy aburrido, cansado, exhausto, harto de los írritos protocolos. También estoy harto del luctuoso siniestro, del flagelo de la droga, del pavoroso incendio.
Estoy harto de esos discursos de pobre adjetivación que buscan alarmar utilizando frases hechas y prosa incendiaria.

Y mucho más harto estoy de esos que aparecen cuando surge un problema de límites como el que hoy afecta a Chile y Perú, esos que buscan crear odio invocando el falso patriotismo.

Ricardo Bellotti decía que cuando alguien detrás suyo grita: “¡Viva la patria!”, él se preocupa de averiguar si todavía tiene la billetera. El patriotismo siempre se ha utilizado por capricho de algunos y codicia de muchos.

Recuerdo esa guerra que estuvo a punto de acontecer en nuestro continente poco antes de la de Malvinas, cuando el asesino Pinochet se peleó con los asesinos de la junta militar argentina por unos pocos metros de tierra helada y deshabitada. Los dos países del sur estuvieron a punto de comenzar una batalla ridícula que fue impedida por una lúcida intervención papal. En esa época pensaba con compasión en esos chicos reclutados a la fuerza (yo era uno de ellos) obligados a combatir contra sus iguales del otro lado de la cordillera por el egoísmo de los pillos del poder.

Recuerdo a Ecuador y Perú peleando por un territorio principalmente habitado por indígenas que jamás conocieron más diferencias que la de la etnia. Que nunca tuvieron fronteras hasta la llegada de los españoles. Indígenas que reconocen a sus hermanos más allá del río sin saber que quieren imponerles documentos y líneas imaginarias. Ellos saben perfectamente quiénes son sus enemigos: aquellos que depredan la selva de la que viven desde siempre. Esos que no tienen bandera.

Recuerdo todas esas guerras del siglo XIX entre caudillos de visión mezquina que empañaron el sueño de Simón Bolívar de un continente unido y poderoso.

Me avergüenza como latinoamericano que Chile y Perú sigan con sus eternas disputas limítrofes y no le cedan a Bolivia una salida al mar por el inhabitable desierto de Atacama, un generoso gesto que sería un ejemplo para las generaciones futuras. Acaso desconozcan que la prosperidad de los vecinos es contagiosa. Tal vez padezcan, como todos los países, a esos columnistas de panfleto provocador que impiden acciones altruistas.

Sudamérica, una de las regiones más promisorias del planeta a comienzos del siglo pasado, hoy disputa con el África subsahariana los puestos más bajos del desarrollo humano. En ese retroceso mucho tienen que ver esos miserables. Esos que se dedican a inventar enemigos entre los vecinos cuando los verdaderos enemigos están más cerca. Están en sus escritorios redactando sus notas para crear enemistades ficticias, falsos rencores y antinomias interesadas. Y todo con la intención de mantener egoístas privilegios de patrones de estancia.

Nulos y sin valor, como dice el diccionario. Ellos son los más írritos habitantes de nuestro suelo.