No se requiere de mucho conocimiento de derecho internacional para concluir que el Perú ha violado dos convenios internacionales cuando pretende mediante una ley interna fijar sus límites marítimos con Ecuador y Chile. No se diga cuando dicha ley se aparta de lo acordado internacionalmente. Las convenciones de los años cincuenta no dejan dudas que para las partes contratantes el deslinde marítimo entre cada una de ellas coincide con el paralelo geográfico que pasa por el punto en que la frontera terrestre toca el mar. Basta leer el primer artículo del Convenio suscrito precisamente en Lima en 1954 para caer en cuenta que las partes reafirmaron y ratificaron esta realidad (“…a cada lado del paralelo que constituye el límite marítimo...”). De todas las fórmulas que existen y pueden existir para fijar los límites marítimos entre naciones vecinas, los tres estados escogieron la mencionada fórmula. Al hacerlo quedaron vinculados a respetar lo pactado y a cumplirlo de buena fe.

No se trata entonces de contentarnos porque, al menos por ahora, la ley interna del Perú coincide, con respecto al Ecuador, con la delimitación acordada en los convenios internacionales mencionados. Y mostrar agradecimiento por esta supuesta generosidad. Y mucho menos sentirnos reconfortados por la reciente declaración de un funcionario de esa nación en el sentido de que con Ecuador no existe problema sobre los límites marítimos. Lo único que nos debe tranquilizar no es lo que se nos diga ahora en el 2005, sino que se cumpla con lo dicho y pactado en 1952 y 1954. No debemos ni siquiera imaginarnos caer en una situación similar a la de aquella persona que observando cómo asaltan el domicilio de su vecino, se siente aliviada porque el asaltante le dice que se esté tranquila porque no tiene planeado hacer lo mismo con ella.

Esta lamentable crisis ha puesto de relieve ciertas facetas de esa crisis más honda por la que atravesamos. Tan ocupada ha estado nuestra dirigencia en destruir todo vestigio de institucionalidad que recién descubre la importancia de la Convención del Mar. El temor que ahora ronda por nuestra partidocracia es cómo desembarcarse de esa camioneta fraguada por la demagogia politiquera a propósito de nuestro mar territorial. Y que, en definitiva, es lo que nos ha mantenido al margen del tratado. Mientras a otras naciones que en su momento enarbolaron la misma tesis del Ecuador, no les resultó traumático cambiar de posición cuando así lo exigían sus intereses, nosotros hemos permanecido prisioneros de la demagogia.

Esta crisis se la veía venir. En el gobierno anterior hubo un acercamiento claro con Chile en anticipación a ella. Ojalá que no esté pesando en nuestra lentitud frente a la última decisión peruana –que contrasta con el incidente colombiano al que se ha respondido, con razón, por cierto, en pocas horas– el mero hecho de que este entendimiento con Chile fue liderado por un gobierno y por funcionarios que no gozan de las simpatías del actual. Cosa muy habitual en el Ecuador, por cierto.