La expresión con que titulo este artículo fue de Santiago García durante el acto en que a él, a Ilonka Vargas y Antonio Ordóñez se les reconoció una labor teatral que, en palabras de los organizadores, contribuyó a fijar una identidad para el teatro sudamericano en el siglo XX, uno de los más felices actos del Festival Internacional de Teatro Experimental.

Recuerdo que el personaje que encarna Albert Finney en El Vestidor, en uno de sus parlamentos se refiere a Will, que por supuesto no es otro que William Shakespeare, referencia que solo un actor importante (y eso se suponía que era el personaje que interpretaba Finney) puede hacer de un gran autor. En el caso de García, nos contaba que su grupo La Candelaria había presentado La Orestíada del “compañero Esquilo” en el Festival de Nancy, cuando fueron invitados a mostrarla en Copenhague, lugar y tiempo –finales de los años sesenta– cuando conoció a Eugenio Barba, mentor ya entonces del Odin Teatret, quien hiciera la entrega de la placa de reconocimiento a García.

Lo anterior me permite señalar que esos homenajes son absolutamente justos por cumplidamente merecidos. De hecho, Santiago García es el más destacado director colombiano de actualidad, con más de cuarenta y cinco años de actividad teatral, de suyo conocido dentro y fuera de Colombia, presente, como en años anteriores, en el FITE 2005.

¿Qué decir de Ilonka Vargas y Antonio Ordóñez en su relación con el teatro ecuatoriano, sino que esa relación ha sido doble por lo menos: como directores teatrales y de grupos y como profesores fundadores de la Escuela de Teatro de la Universidad Central?

Ilonka, que arribó de Moscú a Guayaquil, fundó en esa ciudad una Escuela de Teatro en la CCE, pero luego se trasladó a Quito donde continuó un trabajo que, sin dudarlo, es la pasión de su vida, al extremo que no puedo imaginarla lejos o fuera de la actividad teatral, con el mismo sentido de exigencia que antes, con igual temperamento y voluntad que treinta y cinco años atrás.

Con Antonio Ordóñez sucedió igual, pues acaba de dar por concluida su tarea en la Facultad de Artes, aun cuando encabece un destacado grupo con el apoyo de la Casa de la Cultura. Director, sobre todo del Teatro Ensayo, no ha dejado de ser actor sino en tiempo más bien reciente.

Vargas como Ordóñez marcan buena parte del desarrollo del teatro de este país de las últimas cuatro décadas, y si sus respectivos trabajos no dejaron de lado el sentido de un compromiso social o ideológico, eso no refleja sino un aspecto común para el teatro de esta parte del continente y que lo pienso como básicamente una manera de responder a las exigencias de un tiempo comprometido con su realidad propia.

A ambos les conocí en ya lejana época. A Ilonka cuando recién llegó desde la antigua URSS, a Antonio cuando actuó en Boletín y elegía de las mitas. Ambos han sido mis compañeros de trabajo en la Escuela y la Facultad, y sé que merecen los homenajes dedicados.

Tuvo razón Santiago García en lo que dijo: que ellos han sido compañeros de Esquilo y naturalmente también de Sófocles, Eurípides y Aristófanes. En fin, de los dramaturgos de antes y de ahora, como suele suceder a cada director o actor en esta larga carrera de existencia.