La orquesta guayaquileña dio un concierto el pasado viernes. Incluyó temas nacionales y extranjeros.

Con el paso del tiempo, hombres, acciones y honores se reducen a tan solo rumores, por eso me gusta escribir, unas veces para recordar, otras por difundir... En este artículo esbozo impresiones diversas del Concierto Premier de la Orquesta Sinfónica de Guayaquil, en la Catedral, el pasado viernes, antes de sus actuaciones en Estados Unidos esta semana.

El recital auguró sorpresas. Su programa abarcó el repertorio que ejecutará en el teatro Avery Fisher Hall en el Lincoln Center de Nueva York, el próximo 16 de noviembre; en el Salón de las Américas de la Organización de Estados Americanos (OEA) de Washington, el 18; y en el Mary Bush Theatre de Nueva Jersey, el 19 de este mes.

Publicidad

Así constaron la Obertura Oberón de C.M. von Weber, bellamente interpretada y con un balance instrumental exquisito; el Concierto en Re Menor de W.A. Mozart; Cuadros de una exposición de Mussorgsky en orquestación de Rimsky Korsakov, con momentos realmente notables de grandiosidad y magnificencia rusa en su gran final (La Gran Puerta de Kiev) y elegantes contrastes de tiempo y carácter, el Poema Sinfónico Rumiñahui, con su bello solo de cello, ya un clásico sinfónico de nuestro gran director orquestal ecuatoriano, el maestro Álvaro Manzano; las cuatro danzas que conforman la Suite del Ballet Aborigen de Luis Humberto Salgado –el Quijote de la Música– según el libro de la musicóloga guayaquileña Dra. Ketty Wong; el Andarele del lojano Julio Bueno y el Apamui Shungo, otro clásico sinfónico de nuestro orgullo y gloria viva de la composición nacional, el maestro Gerardo Guevara. Un programa en verdad extenso y diverso que no gozó del favor de una acústica apropiada ni de una organización esmerada.

El eco Catedral natural impidió disfrutar a plenitud de los vientos y apreciar colores tímbrico instrumentales evocativos (probablemente presentes) que pudieron enriquecer el concierto. Por otra parte, el descontrolado acecho de niños, fotógrafos, filmadores y reporteros moviéndose, locutando y hasta casi tocando a los músicos de fila mientras ejecutaban su concierto pudo haber ocasionado trastornos de no ser  por el profesionalismo de nuestros instrumentistas hechos ya a la batalla en “todo terreno”.

En relación con la conformación del programa, en mi muy personal criterio, hubo tres obras estilística y cualitativamente fuera de lugar: el Himno al II Congreso Eucarístico Arquidiocesano, composición musicalmente pobre de autoría no especificada en el programa, aunque ejecutada ricamente por la orquesta al iniciarse la velada; el Andarele, obra muy básica, casi al final del programa que desentonó por completo entre la sapiencia y el academicismo de las obras de Salgado y Guevara; y por supuesto, el Concierto para piano y orquesta casi a la mitad del programa, que clamaba por una mejor ejecución. Interpretó la rusa Ekaterina Grineva, sin color ni contenido y hasta casi sin sonido... ¡una pena! habiendo tan buenos solistas ecuatorianos jóvenes (pianistas y cantantes) formados en el Ecuador e internacionalmente laureados que no solo representarían mejor al Ecuador sino que además merecen tener la oportunidad de hacerlo.

Publicidad

Aun con estos reparos, los músicos de la orquesta cosecharon una vez más éxitos pues su desempeño, entrega y responsabilidad, en constante ascenso, es ya admirable, estable y desde hace tiempo exportable. Sonoridades compactas, balances perfectos, respuesta inmediata, cohesión de grupo, son algunas de las características más notables de la Orquesta Sinfónica de Guayaquil en estos dos últimos años, especialmente ante grandes retos o ante la batuta entusiasta de directores nacionales o extranjeros invitados.

Cuánto me complacería que los medios vieran en la orquesta a la protagonista de los hechos que en verdad es y no como a un ente sin mente respondiendo las órdenes de quien está en frente.
Los directores de turno tienen su historia, pero las orquestas (que son permanentes) tienen la suya y la de la nuestra es rica, extensa y anecdótica, sin embargo, la desconocemos. Hemos ignorado concienzudamente lo esencial para darle cobertura a lo pasajero, oprimiendo inconscientemente al profesional de fila, al nacional y al verdadero obrero. ¿Sabe usted por ejemplo el nombre de la concertino de grupo o el del primer violoncello? ¿Conoce usted las trayectorias de los magníficos maestros oboístas que nuestra orquesta tiene? ¿Sabe usted cuántos jóvenes maestros están allí inmersos? Pues bien, que estos y otros temas queden para un próximo encuentro.

Publicidad

* Pianista y director del Conservatorio de Música Rimsky Korsakov