Dos compatriotas cuentan que la falta de trabajo se ha acentuado en los últimos meses en Nueva York.

A pesar del frío que helaba las mejillas, allí estaban los migrantes. Reunidos, agazapados de la lluvia debajo del subway (estación de trenes) de la 74 y Broadway, en el condado de Queens, esperando  que además del intenso aguacero les cayera un trabajo.

Traían puestas gorras, chaquetas impermeables cerradas hasta el cuello, botas y miraban con recelo. Estaban atentos a la llegada de vehículos, porque esa era la señal de que alguien se aproximaba para ofrecerles un empleo.

Ni el fuerte temporal que azotó Nueva York durante una semana, el pasado octubre, logró ahuyentar a los migrantes que se reunieron debajo de la estación desde las 04h00.

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Algunos aguardaban de pie, otros en cuclillas, recostados contra la pared y hasta acostados en el piso por un trabajo. Sin embargo, aunque transcurrieron casi cinco horas, menos de la mitad del grupo fue contratado.

Ecuatorianos y mexicanos eran los más numerosos, pero también los más reservados. Uno de ellos, José Delgado Brune, de 29 años, contó que salió de Guayaquil desde hace dos años y medio, pero que lleva más de tres meses sin un trabajo fijo.

Para Delgado, el sueño americano en la actualidad es una pesadilla porque la mayoría de las veces solo cuenta con 80 dólares para comprar su comida, pagar el cuarto donde habita y mandar dinero al Ecuador para mantener a su esposa y sus dos hijos, de 10 y 8 años, a quienes dice extraña con locura.

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“A veces solo se trabaja un día a la semana y con esa plata tengo que remendarme. Y así paso, comiendo poquito y guardando para cada cosa, haciendo que me alcance. No le voy a negar que paso muchas necesidades”, afirma.

Con una sonrisa que no hace juego con sus ojos lánguidos y tristes, Delgado cuenta que esa semana “ha sido terrible porque la lluvia ha ahuyentado mucho trabajo”.

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En ese sector de Queens, especialmente en la avenida Roosevelt y en el Junction Boulevard, es común encontrar a inmigrantes desempleados, sobre todo ecuatorianos como Delgado, quien ni siquiera había desayunado.

“En unas ocasiones se come, en otras no. Pero, gracias a mi Dios hasta aquí no he tenido necesidad de dormir en la calle”, dice, mientras ve llegar una minivan concho de vino, a la que sus compañeros rodean en su desesperación por conseguir un cachuelo.

Relata que llegó a Nueva York, tras muchos trabajos y sacrificios, luego de que logró pasar la frontera con México. “La verdad no sé ni cómo llegué aquí, pero a pesar de todas las dificultades, prefiero esto a la pobreza que tenía en el Ecuador”, señala.

Delgado, quien en Guayaquil no ganaba más de 80 dólares al mes, recordó que hasta el momento ha pagado 5 mil de los 10 mil dólares de la deuda que adquirió para viajar a Estados Unidos. “Es difícil estar sin la familia, pero al menos sé que aunque no tengo trabajo fijo, algo me saldrá de aquí a mañana”, agrega.

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Más adelante, en el sector de la Junction Boulevard (Queens) había otro grupo de ecuatorianos, que también esperaba encontrar un empleo. Una de ellos es Carmen Estela Chunga, una azuaya de 37 años, que a pesar de que lleva seis meses en Estados Unidos desea volver a su país, porque según dice “aquí no hay nada y extraño a mis hijos”.

La mujer contó que en ocasiones ha trabajado en el área industrial de Manhattan, pero que debió salir de allí porque fue amenazada por un sujeto, que la contrató para cargar bultos, de ser denunciada por no tener documentos legales.

“El trabajo allí era pesado, a veces tenía que cargar cajas como si fuera un hombre y lo que me iban a pagar eran 6 dólares la hora.
Pero, no me pagaron nada”, asevera Chunga, quien aclara que después de una semana de trabajo, el dueño del local no le pagó y la botó bajo amenazas de denunciarla por ilegal.