El 22 de marzo de 1765, el pueblo de los más populosos barrios quiteños, San Roque y San Sebastián, cansados de tanta injusticia, de tanta corrupción y despotismo de las autoridades y sus secuaces, se levantó contra ellos en un movimiento incontenible, al grito de “viva el Rey, mueran los chapetones”. La “plebe” como era calificado entonces el pueblo, se adueñó de la ciudad.

En su efervescencia cometió desmanes, algunos actos de violencia, asaltos, incendios, que obligaron a las autoridades y otros chapetones a refugiarse en los conventos. Obtuvieron armas y por una semana fueron dueños de la ciudad. A las autoridades no les quedó otro recurso que ceder a las exigencias populares, suprimir el estanco y la aduana, ofrecer castigo a los explotadores y corruptos y conceder indulto a los sublevados. González Suárez considera que en este movimiento popular surgió ya el germen de las futuras luchas independentistas.

Esta sublevación es conocida en la historia como la “revolución de los estancos” o la “rebelión de los barrios de Quito” o la “guerra de los barrios”. El antiguo funcionario Manuel Rubio de Arévalo escribía por entonces: “Diré, en una palabra, que lo civil y lo moral, todo está en una lastimosa declinación que clama por el remedio de las costumbres. Se ha aumentado tanto la llegada a un extremo escandaloso: vense negociaciones al tiempo de sus remates; elecciones apasionadas sobre recibir antes de este que del otro cosechero los aguardientes que traen al estanco”.

El propio Virrey de Nueva Granada se quejaba: “En los ministros de aquella Audiencia no practican la imparcial distribución de la justicia... no se ha visto en largos años castigo público en aquella ciudad...”. Los funcionarios siempre han quedado debiendo y esas deudas han sido incobrables y se ha entregado la administración de los asuntos fiscales “en sujetos que no tienen otro abono que el favor”.

El Corregidor de Bracamoros, en carta dirigida al Consejo de Indias, en septiembre de 1765, dice: “La compasión que me han dado estas miserables gentes por las injusticias y opresiones que padecen con los malos ministros a que atribuyo yo principalmente los trabajos y miserias de esta provincia, y de toda la América, pues en toda ella apenas he hallado algún ministro bueno, y los más, ladrones y perjuros, porque no guardan las Leyes.

“Todo se disimula en la Audiencia y en el Superior Gobierno porque todos tienen parte por los regalos de estos malvados que son los más atendidos. De estos excesos nada se halla regularmente en las Residencias, porque las más se toman por ajustes entre el Juez y el Residenciado”.

Como se ve, la tolerancia del pueblo ecuatoriano es inmensa. Pueblo trabajador, honrado, esperanzado; pero llega un momento en que su paciencia y tolerancia rebasa el límite y se levanta con santa indignación y no hay dique que lo detenga. Por desgracia hay mandatarios y sus cortesanos que no han aprendido la lección histórica.