Los gobiernos del mundo se reúnen a menudo con el objeto, según dicen, de “encontrar la manera de acabar con la pobreza”. La pobreza no la pueden acabar señores; la pobreza es una virtud que la vivió la sagrada familia como ejemplo, puesto por Dios para que la humanidad lo imite. Es de la miseria que sufre el mundo, de la que deben hablar.

Pero, ¿cómo pueden terminar con la miseria si ellos mismos son los causantes de este mal? Ser pobre es tener lo necesario para vivir como manda el Evangelio. Jesús, María y José fueron pobres y ellos no pasaban hambre; si algo les faltaba el Señor les sustentaba. Igual hubiese pasado con toda la humanidad si seguía este ejemplo.

Deben reunirse para corregir sus errores porque casi todo lo que hacen, lo hacen mal. Esa es la razón de la crisis del mundo; solo piensan en enriquecerse junto a los círculos que los rodean obsesionados por el poder y el dinero, y se olvidan de los demás. Los resultados están a la vista: gente deambulando por el mundo en busca de trabajo; niños, jóvenes y ancianos que se mueren en los umbrales de los hospitales porque no tienen dinero para comprar medicinas; personas buscando en la basura restos de comida para saciar su hambre, o dedicadas a la delincuencia porque en ciertos casos no les queda otro camino para poder subsistir, etcétera.

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Señores gobernantes, para acabar con la miseria y vivir en paz, la solución es simple: sean honrados para siempre; es decir, cumplan con el séptimo mandamiento que dice “no robarás”. Eso es todo. Solo falta querer y tener fe.

Vicente Jaramillo Guerra
Guayaquil