Hace pocos días falleció en Estados Unidos Rosa Parks, la mujer que estuvo en el origen de la protesta negra cuyo resultado final fue la abolición de las leyes de segregación racial.

Rosa se negó a ceder su puesto a un hombre blanco en el bus, no porque fuera mayor, tenía 42 años, ni porque estuviera cansada, sino según ella misma lo reconoció: estaba cansada de ceder. Ceder a la prepotencia, a la injusticia, al discrimen. Ese gesto no fue improvisado, se alimentó de su propia experiencia, de las historias contadas en la noche a la luz titubeante de los candiles o en el marco aterrador de las figuras fantasmagóricas del Ku Klux Klan pasando agitadas, cegadas por el odio, persiguiendo su propio miedo a los negros. Fue un gesto libre, querido, del que asumía las consecuencias. No echó la culpa a otros de su accionar, ni se disculpó para no ir a la cárcel. Su gesto estaba preñado, llevaba en sí una oleada de otras conductas similares. Una multitud comenzó a imitarlo. Que fuera una mujer y no un hombre quien diera ese primer paso fue fundamental. Los pusilánimes se sintieron provocados. Y durante más de un año, 381 días para ser precisos, los negros, varones y mujeres, niños y ancianos, caminaron a sus trabajos, a sus reuniones, a sus fiestas, a sus compras. Distancias largas y cortas, con sol o con lluvia, caminaron. Caminaron por sus derechos; en ellos se abría paso la historia que estaban forjando…

Martin Luther King, abogado, joven pastor de aire distinguido, encabezaba las marchas. No estaban en contra de..., estaban a favor de... Sabían lo que querían lograr y por eso se oponían a lo que se los impedía. Era un sueño integrador. El odio hubiera sido una carga demasiado pesada para avanzar por caminos nuevos. “Sueño que un día, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos, se puedan sentar juntos a la mesa de la hermandad”. Y estaban dispuestos a los sacrificios para lograrlo, aunque los frutos no fueran inmediatos. Todos pagaron un precio por acceder a la libertad. Rosa enfrentó la prisión; la muchedumbre negra, las largas caminatas, la pérdida de empleos, el aumento de la represión; los líderes, las amenazas, el incendio de sus casas y a veces perdieron la vida. Pero no cedieron en sus objetivos: lograr ser tratados por las leyes en igual condición que los blancos.

En el acontecer de la vida de los pueblos, las ideas de cambio toman tiempo en desarrollarse. Luego, cuando han germinado en lo profundo de la experiencia humana, su empuje se hace incontenible como la semilla que en buenas condiciones, oculta en el seno de la tierra, se hincha, se pudre y revienta en raíces y en tallos que a la luz del sol, ensayan sus primeras hojas. Ya no existe la semilla, lo que hay es una nueva planta.

Ecuador entero es un clamor de desesperanza, de impotencia, de incertidumbre, por momentos de rabia y de violencia. Pero también de anhelos, de expectativas, de necesidad profunda, de seguridad y paz. Parece que estamos en el tiempo colectivamente propicio para introducir cambios sustanciales y asumir un proyecto común. Porque no solo hay cansancio, también hay satisfacción. Lo alimentan las experiencias positivas de muchos cantones, grandes y pequeños, cuyos alcaldes, de diferentes partidos políticos, en conjunto con los ciudadanos, se sienten orgullosos de vivir donde viven y de hacer lo que hacen. Lo nutren también los diferentes grupos ciudadanos y los triunfos de la selección…

¿Estaremos ya cansados de ceder? ¿Sabemos, colectivamente, a favor de qué (no de quiénes…) estamos…? ¿Estaremos dispuestos, cada uno, a asumir los riesgos, el tiempo y las incomodidades que un proyecto común supone?