Más que sorprenderme porque el Premio Nobel de Literatura recayera en Harold Pinter, me ha sorprendido su estado físico actual. El premio  lo considero acertado, un reconocimiento justo a un hombre y una obra que es importante dentro y fuera del teatro inglés.

Pinter es del grupo que apareció a partir de la representación en Londres de Mirando atrás con ira de John Osborne en 1956, llamado por unos como teatro iracundo, por otros como teatro de protesta, por unos más como teatro de paradoja, en que fueron otros protagonistas: Wesker, Simpson, Behan, Delaney, Littlewood, y luego Bond, Orton, etcétera.

La suya fue una generación contestataria si es que atendemos a los temas dramatúrgicamente tratados, pero socialmente crítica, tanto por origen social como por conciencia política de los más de sus integrantes. De ahí que se haya resaltado el izquierdismo de Pinter, sin duda para contrastarlo con la postura intermedia que asumió Osborne o la más radical de Arnold Wesker, considerado como comunista en un tiempo y en un país en que eso sonaba a extraño.

La habitación, El montacarga, La fiesta de cumpleaños y El portero son las obras iniciales suyas que se representan a partir del 57 y que señalan la presencia de un autor que se vincula con el teatro europeo en su particularidad del absurdo, en una instancia en que el teatro inglés era literal y metafóricamente hablando un islote, pese a la nombradía de Shaw, Noel Coward, Priestley y Rattigan. Lo que aporta, aun en estas primeras obras en que espacios asfixiantes son los que someten a sus personajes a una especie de cárceles sin barrotes, es esta preocupación por el ser humano en la que, salvo por un humor de situación y lenguaje, estarían condenados a un suicidio.

Se le ha criticado su demasiada cercanía a los teatros de Genet y Beckett en cuanto a su interés por indagar la condición humana del personaje, pero Pinter se ocupa de no aislar esa condición del mundo contextual que a ese personaje le corresponde, con un inevitable sentido de crítica social, a veces mordaz pero en todo caso lúcida.

El amante será su gran éxito teatral y es obra en que lo absurdo de las vidas de una pareja, vidas al parecer huecas, se refleja en el juego que plantean creando un imaginario tercer personaje en la búsqueda de una renovada vitalidad sexual que les es imprescindible para sobrevivir en su relación. Lo amargo, lo descarnado y terriblemente humano está aquí presente con fuerza avasallante.

Pinter ha escrito piezas para televisión y radio. El amante fue justamente, en origen, un texto para televisión que reacomodó para teatro. El cine no le ha sido extraño. A los guiones que escribió para Losey, en que destaca El sirviente, y la adaptación para Polansky (La amante del teniente francés) hay todo un proceso creativo que se cumplió, sobre todo, desde la segunda mitad de la década del 50, para continuar en los 60, 70 y 80.

Sin duda, la dramaturgia de Pinter destaca con nitidez entre las de sus amigos de generación en la medida en que hizo suyo el sentido de lo humano con sus virtudes y defectos a través de un lenguaje que refleja la realidad social de su entorno. Felicitémonos, pues, por este acierto de la Academia sueca.