Según el diccionario son personas que pretenden trastornar el orden establecido.
Busqué el significado del verbo. Subvertir es “hacer que algo deje de estar o de marchar con normalidad”. Se supone que estamos viviendo en la normalidad, es decir, apegados a las normas. ¿Pero cuáles? La gente no encuentra pan en la mesa, los niños mueren porque los padres no tienen para medicinas, ingreso al hospital. ¿Es razonable?
¿Será lógica la espantosa desigualdad, admisible la corrupción, aceptable el beneficio de pocos al detrimento de muchos? ¿Seguirán prometiendo al pueblo que tendrá casa, trabajo, comida abundante, gozará de envidiable salud, que el pan crecerá en los árboles, que el próximo gobierno, cualquier gobierno, será de prosperidad, siempre mejor que el anterior?

“Esa no es la cuestión. El problema es que los subversivos son violentos”, dijo un caballero de nuca imponente. ¿Pero acaso no vivimos a diario un clima de extrema brutalidad, desde la crónica roja hasta la violencia de quienes maltratan a sus allegados, violan a sus sobrinas, dan a las llamadas empleadas domésticas un trato inferior al que reciben los perros mimados de la familia? ¿Acaso no es descomedimiento la ceguera frente al dolor, la maternidad solitaria, el desempleo que impulsa a la mujer a vender su cuerpo por una suma irrisoria? ¿Acaso no es salvajismo eso de mantener a los presos en condiciones que no aceptarían los canes más sarnosos, condenar al débil, encontrar circunstancias atenuantes al poderoso, encerrar a los peces pequeños mientras los gordos saborean impunidad? ¿Cuántos congresistas han visitado la cárcel, levantado la tapa de las ollas, ingresado a una celda? ¿Cuántos saben de cáncer, de sida, de extrema miseria, de niños pintados de plata porque plata no tienen, vendiendo guachitos de la suerte que nunca tuvieron, haciendo malabarismos en las esquinas porque la vida es un circo donde necesitamos payasos para reír nosotros, los que manejamos un auto, pequeño o grande, con climatización, música bailable?

Otro caballero, enjuto como un decreto ministerial, exclamó: “Esa no es la cuestión. El asunto es que los subversivos se esconden, no hablan con nadie”. Ignoro pues en qué lugar estarán ocultos, quizás en selvas, terrenos ocultos de alguna provincia. Si intentan dialogar a la luz del día, los meterán presos por sediciosos o les alojarán un balazo como si nada. ¿Los distinguidos caballeros que hablan con todo el mundo podrán usar la televisión, la radio, los periódicos para prometer el oro y el moro? ¿Acaso no se llama “subvertir” eso de pintar cosas que no son, tergiversar los hechos, trastornar las estadísticas, saber que no se podrá cumplir?

Todos tenemos algo subversivo en la conciencia. Lo ocultamos para no meternos en lío. Los más grandes sediciosos siguen contaminando el planeta, envenenando ríos, despoblando selvas, podando árboles, visitando la Luna o Marte, manteniendo conflictos doquiera, alimentando la llama de la discordia. Vender armas para preservar la paz es mejor negocio que fomentarla. El hambre es también arma de destrucción masiva, en Iraq, en cualquier parte.