La Escuela Superior Politécnica del Litoral está de aniversario y para celebrarlo ha invitado a la ciudad al afamado escritor y político nicaragüense Sergio Ramírez.
Destacada manera de romper el cliché con que se polariza el desenvolvimiento de las personas y de las instituciones en nuestro medio: o técnicos o humanistas. Que la Espol crea que la mejor forma de recordar su fecha natalicia es organizar en torno de un trabajador de la palabra, una serie de actividades como conferencias, diálogos e intercambios, revela una visión bastante completa de qué es “hacer” estudios superiores.

Sergio Ramírez escribe literatura. Su obra es amplia, desde los dieciocho años tuvo firme su vocación y la ha practicado toda la vida con los paréntesis de actividad política que lo ligaron a la revolución sandinista y al advenimiento al poder de un movimiento que generó esperanza y expectativa mundial. Sin embargo, muchos parecen obviar al hombre de letras por centrar su mirada y curiosidades en el “animal político”. Y los testimonios que ha ido desgranando estos días lo muestran como un hombre que no rehúye referirse a una praxis que ya quedó atrás –las revoluciones no pueden sostenerse en los viejos, dijo–, pero que dialoga a placer sobre su actividad capital: escribir ficciones.

Nuestro visitante conquistó el Premio Alfaguara en 1998, sin embargo su obra viene de antes. Pero la novela ganadora Margarita, está linda la mar parecería habérnoslo presentado a mayor número de lectores. Con un argumento centrado en dos figuras señeras de la historia nicaragüense, las de Rubén Darío y Anastasio Somoza –enormemente distantes en significaciones– construyó un mosaico múltiple que cubre varias décadas de la realidad de su país.

Su último libro, también una novela escrita con materia histórica, le sigue la pista a un personaje central en medio de una maraña de acontecimientos que al buen conocedor de las volteretas del mundo le resultan familiares: Europa y sus luchas políticas, monarquías en sus últimos estertores, figuras trascendentes en sus rasgos característicos, y en el núcleo de todo, una Nicaragua de luces tornasoles. Mil y un muertes tampoco renuncia a la figura de Rubén Darío. A fin de cuentas, como sostiene el autor, que un país tenga no a un héroe, no a un líder, sino a un poeta como referente principal produce ligazones nacionales diferentes a las habituales en materia de identidad.

En los dos actos públicos a los que asistí para escuchar a Sergio Ramírez, el comportamiento de sus receptores fue distinto. Luego de escuchar la conferencia ‘Lengua mojada’ que fue una original elaboración sobre Cervantes y el idioma español, le salieron al paso numerosas preguntas sobre su experiencia política. Me atrevo a afirmar que quedó flotando alguna decepción al escuchar respuestas de quien viene en el camino de regreso de esa práctica porque cree en el relevo generacional.
En el segundo acto brilló el escritor, el hábil tejedor de ficciones, y todos estuvieron contentos con una conversación que mostró los entretejidos de su trabajo narrativo.
“¿Será”, me dije, “que los ecuatorianos estamos tan desamparados en materia de conducción del Estado que queremos absorber una experiencia nueva de cualquier lugar de dónde proviniere?”.

Lo que sí quedó muy claro es que Sergio Ramírez da cabida a un escritor inagotable.