No, amigo lector, no me he convertido en promotor turístico, ni te estoy invitando a nuestro litoral para observar los preámbulos nupciales de los cetáceos. Es el título de la última historia infantil de Edna Iturralde, presentada en Quito y Guayaquil. Escritora prolífica que ha realizado un profundo trabajo investigativo sobre nuestras variadas etnias, por lo cual, no solo ha alcanzado el reconocimiento nacional sino también el extranjero.

Como cualquier coyuntura es válida para insistir sobre el tema de nuestra diversidad, quiero destacar que el conjunto de sus cuentos contiene una enseñanza y una importantísima herramienta que debemos utilizar para reconocernos dentro de nuestro calidoscopio étnico-cultural. Pues, abre la posibilidad para alcanzar a nivel nacional, especialmente de autoridades y agencias turísticas, la difusión y reconocimiento del país hermosamente policromado que somos. Su circulación es un mentís para aquellos que se esfuerzan hasta el agotamiento, contrariando el mandato constitucional, que reconoce un Ecuador multiétnico y pluricultural, para presentar al respetable indígena andino, como icono de la identidad nacional.

La autora, en su propuesta, encarna al indígena amazónico y andino; al mestizo, al afro descendiente y sus características culturales. Empeñada en mostrar a la niñez ecuatoriana nuestra condición de país variopinto, hace poco escribió sobre el montubio. El montonero revolucionario alfarista, eje de la transformación y riqueza nacional. La semana pasada cerró el círculo de nuestros hitos ancestrales, nombrando a punaes, chonos y al historiar sobre un niño manteño-huancavilca, argonauta del Pacífico.

Estirpe de navegantes veleros, de mar abierto y enormes distancias, semilla de nuestra cultura comercial oceánica y fluvial costeña. Único en América y pieza clave en la identidad nacional, que no es resultado de invasiones ni trasplantes humano-culturales. Es el más antiguo rastro de pobladores continentales, ancestros nuestros que llegaron del mar y se dispersaron por el altiplano.

Lo extraordinario de la autora, además de su exuberante narrativa e ingenio y habilidad para crear desenlaces inesperados o personajes vívidos, está en valerse de niños o jóvenes para interpretar cada personaje y deleitar al novel lector. Es la primera autora ecuatoriana que, en procura de nuestra integración como sociedad, muestra a los niños nuestras diferencias étnicas y rica variedad cultural.

Abre la comprensión a una juventud encerrada culturalmente por el sectarismo, que ignora los variados y ricos matices culturales, que las tres importantes etnias costeñas aportan a la identidad nacional. “Yo escribo literatura infantil porque este es un país joven (…) porque me parece importante que lean y que conozcan sobre nuestras raíces, sobre quiénes somos los ecuatorianos y se sientan orgullosos”, señala. Y de todas las latitudes del país procura recoger, en sus libros, la historia documentada y la oral que enriquecen aún más nuestra ya rica diversidad.

Sus libros referidos al indígena amazónico y al afroecuatoriano fueron declarados lectura obligatoria por el Programa de Bibliotecas del Aula del Ministerio de Educación mexicano. Seguir este ejemplo, utilizando lo referido a nuestras cinco culturas nacionales, significará llegar a nuestros niños, que son presente y futuro, para formarlos en el conocimiento de nuestra pluralidad étnica y variada cultura. Así superaremos al provincialismo sectario que no reconoce la diversidad y hace daño a la unidad nacional.