Homenaje al dúo Benítez y Valencia en la segunda emisión de ‘La hora nacional’. El programa de Canal Uno va ganando en estatismo, nostalgia y acartonamiento. Pierde en actualidad y renovación de perspectivas. Sin embargo, como oferta televisiva es de lo más interesante que se puede encontrar los sábados en la noche por la TV ecuatoriana.

La segunda emisión fue marcada por un notorio contraste en los estilos de conducción. Karina Burgos trató de marcar la pauta y levantar (literalmente) a Gabriel Espinosa de los Monteros. El experimentado presentador no abandonó un instante su papel y tampoco abandonó su butaca un instante. Bien sabe que cuando se practica el acelerar-frenar-acelerar-frenar, el que más sufre es el pasajero. Pero, afortunadamente, hubo un punto intermedio donde la velocidad fue de crucero: los reportajes sobre la vida y obra de Gonzalo Benítez y Luis Alberto Valencia. Buena producción, a todo nivel.

No obstante, el punto más alto de ‘La hora nacional’ no estuvo en los materiales preparados para esa noche. No, lo mejor provino de los archivos de ‘San viernes’, antiguo programa televisivo de 1994. En ese escenario se vio una gran actuación del maestro Gonzalo Benítez en un ambiente humanamente cálido e incluso su sonido fue potente y nítido. Es decir, todo lo que le faltó al sonido de los artistas y grupos presentados en el escenario de  ‘La hora nacional’, donde –sobre todo en el caso de Los Brillantes– se escuchó una sonoridad opaca y débil. Los aspectos técnicos “en vivo” aún deben ser pulidos. La otra opción fue el playback, pero no es una solución a la altura del homenaje a la música nacional que se pretende.

Publicidad

Cuando una tradición está viva
Decíamos que la segunda emisión de ‘La hora nacional’ tuvo una tendencia hacia lo acartonado, lo nostálgico y finalmente todo intento de diálogo entre generaciones y estilos musicales fue dejado a un lado. ¿Cuestión de la temática, es decir del homenaje a los Benítez y Valencia? Para nada, porque bien se pudo conceptualizar un homenaje desde el presente. Desde una relectura (aunque sea parcial) de la música del dueto más influyente de la música mestiza ecuatoriana. Pero lo único que se vio en ese sentido fue la nota sobre el homenaje sinfónico que realizó un joven director en el Teatro Sucre.

 Este es el punto esencial. Porque a la tradición uno se puede acercar desde la nostalgia (lo cual es como admitir que está moribunda), desde la relectura respetuosa y desde la negación.
Obviamente, la tercera opción está descartada o no existiría ‘La hora nacional’. También está claro que la nostalgia no sirve para entender la fortaleza de un fenómeno cultural tan rico como la música ecuatoriana. Entonces, ¿por qué falta la audacia para dar cabida al diálogo entre tradición y contemporaneidad?