Desde que el sabio francés Pasteur inventó las primeras vacunas, a fines del siglo XIX, estas han salvado millones de vida.

Parecía que los países desarrollados ya no iban a necesitar nuevas vacunas. Las condiciones de vida de sus pueblos son tan buenas que las enfermedades infecto-contagiosas y sobre todo las epidémicas casi han desaparecido. Sin embargo, han asomado otras enfermedades, como el sida, que no afecta solo a los pobres. Son alrededor de dos décadas que se trabaja en obtener una vacuna altamente efectiva contra el virus del sida, pero hasta hoy no se ha cumplido con el objetivo, aunque ya se han conseguido varias vacunas de poca potencia e igualmente medicamentos de síntesis química.

En estos momentos hay justificada alarma por una posible pandemia de gripe aviar y la necesidad de producir grandes cantidades de vacunas, pues en este caso la enfermedad no afectará tanto a los pobres cuanto a los países ricos.

Si bien hay urgencia de producir vacuna contra el virus de la gripe aviar, la Organización Mundial de la Salud (OMS), desde tiempo atrás, aboga por que la industria farmacéutica desarrolle y produzca otras vacunas que salvarían millones de vida de los países del Tercer Mundo. Entre tales necesidades están: dos vacunas contra la diarrea por rotavirus que, con frecuencia, son víctimas los niños; México y la República Dominicana han aprobado ya, una de ellas; una vacuna tetravalente contra la meningitis por meningococos que, aunque no es tan frecuente, en cambio, la enfermedad es muy grave, Cuba tiene ya su propia vacuna; vacuna contra el papiloma, para prevenir el cáncer del cuello del útero; una o más vacunas contra el paludismo. Por desgracia la vacuna que preparó el médico colombiano Manuel Patarroyo no resultó muy efectiva. Actualmente hay una nueva que ha sido ensayada en África, en Mozambique, con el 58% de protección. Una buena vacuna contra el paludismo o malaria, especialmente la más grave, producida por el Plasmodium falciparum, sería de incalculable beneficio para el Ecuador.
Entre las barreras que impiden el desarrollo de vacunas está el largo tiempo de investigación por diez o más años que se requiere para ello y el costo, lo cual desalienta a la industria farmacéutica, más todavía si se considera que tales vacunas servirían a las poblaciones pobres de los países en desarrollo, incapaces de cubrir los costos, al igual que los respectivos gobiernos.

El clamor de la OMS comienza, en buena hora, a ser oído. Como primer ejemplo puedo citar el de Fundación Bill y Melinda Gates, de los Estados Unidos, que ha efectuado una donación de siete millones de dólares para las investigaciones y producción de vacunas contra el cáncer del cuello uterino. Ojalá otras instituciones siguieran ese buen ejemplo y el desarrollo de vacunas como las ya mencionadas continúen adelante.