La catástrofe y el crimen acaparan los encabezados, ello sugiere que los reportes de víctimas y las imágenes de los saqueos son exagerados Los desastres, sin importar cuánto hayan afectado los corazones, eventualmente se vuelven más y más pequeños en nuestra mente, al producirse otros.

Poco antes de que se cumpla el primer aniversario del tsunami que arrasó gran parte de Asia en diciembre del 2004, la atención mundial se centró en el histórico huracán que acabó con Nueva Orleans. Pero estos no han sido los únicos desastres masivos que ya marcaron con su signo la primera media década del siglo XXI. Y hay varias cosas que deberían decirse al respecto.

1. Las evacuaciones son menos raras de lo que se piensa.

En julio de 2005, apenas un mes antes de que New Orleans fuese duramente golpeada y sus diques cedieran, un poderoso Monzón azotó Bombay (llamada ahora Mumbai) y el resto del estado de Maharashtra en India, forzando la evacuación de 500.000 personas, según organizaciones de ayuda.

Apenas dos semanas después del ataque de Katrina, el tifón Khanun afectó las provincias de Zhejiang, Anhui y Fujian, y la ciudad de Shanghai. Las agencias noticiosas reportaron la evacuación de 1,35 millones de personas. Una semana antes, por  el tifón Nabi alrededor de 100.000 japoneses  abandonaron sus hogares.

Debido a su tamaño, al hecho de que afectó a muchas naciones a la vez y que pareció derivarse de una sola causa, el gran tsunami del 2004 provocó una tremenda respuesta global. En contraste, los otros eventos atrajeron una limitada atención de los medios y en gran medida solo provocaron respuestas locales y nacionales.

2. Las víctimas siempre regresan.

Las primeras noticias que llegaron de Nueva Orleans se centraban en el hecho sorprendente de que al menos 100.000 personas se negaban a salir de sus hogares cuando atacó el huracán. Los evacuados no encuentran fácil adaptarse a nuevos lugares.  El apoyo económico en ocasiones es difícil de obtener. Las poblaciones que al principio dan generoso hospedaje a las víctimas, con el tiempo pueden volverse menos amigables por la competencia de los recién llegados.

Las razones para retornar son muchas. En 1971 estalló la guerra entre Pakistán occidental y oriental (ahora Bangladesh), y los refugiados comenzaron a llegar a India. Si más de un millón de refugiados por Katrina le parecen demasiados, piense en 6 millones de paquistaníes del este entrados a India.

Parecía claro que nada podría enviar a esta errante y sufrida masa de seres humanos de vuelta a sus hogares. Esa convicción se endureció cuando el número de refugiados aumentó a 10 millones en semanas.

Pero cuando su líder Rahman fue liberado de la prisión y los paquistaníes del este formaron lo que ahora es Bangladesh, la mayoría de refugiados volvió sobre sus pasos.

3. No crea en los primeros números de víctimas.

Incluso décadas después de cualquier evento catastrófico, nadie puede estar seguro de cuántas víctimas murieron, cuántos salieron y cuántos regresaron. El drama de la catástrofe lleva con frecuencia a que se inflen los números. 

Katrina llegó a Nueva Orleans el 29 de agosto del 2005. Dos días más tarde, la CNN reportó que la gobernadora de Louisiana “dio la triste noticia de ‘miles’ de personas muertas por el huracán y sus consecuencias... aunque dijo que no se había hecho una cuenta oficial”. En los días siguientes, el alcalde de Nueva Orleans predijo que habría 10.000 muertes. 

Los Angeles Times citó el 5 de septiembre a un “alto funcionario nacional de salud” diciendo que era “evidente” que habían muerto miles. El 10 de septiembre, según Associated Press, “autoridades” a las que no se identificó ordenaron 25.000 bolsas para cadáveres. Para entonces, AP comenzó a expresar dudas diciendo que “las predicciones alarmantes de hasta 10.000 muertos en Nueva Orleans podrían ser exageradas”.

El 21 de septiembre, AP reportó que el número de muertes de Katrina se había reducido a 1.036.  Si el gobierno norteamericano pudo equivocarse tanto, ¿qué debemos esperar de los primeros informes en los países menos tecnológicamente equipados?

4. La televisión miente.

La TV necesita espectadores. No solo las cadenas comerciales que dependen de la publicidad, sino también las estaciones no comerciales, incluyendo los canales educativos, que quieren atraer la audiencia.

Además, a la cámara le encanta la acción.  Los profesionales de la televisión en Estados Unidos lo resumen con una rima: “If it bleeds, it leads” (“Si sangra, va primero”).

Cuando el fotógrafo Robert Weingarten fue a Nueva Orleans unos días después del desastre, llevaba en su mente una imagen que había visto en los primeros reportes televisivos. Mostraba una tienda en ruinas, sus aparadores rotos, ladrillos y vidrios por todas partes. La imagen sugería que los saqueadores habían acabado con el vecindario. Pero cuando localizó el sitio descubrió que la tienda era la única en la calle que había sido afectada.

En suma, la catástrofe y el crimen acaparan los encabezados. Y ello sugiere que los reportes del desmoronamiento social y las imágenes de los saqueos son, al igual que los primeros reportes de víctimas, muy exagerados.

5. La televisión miente, aun cuando no pretenda hacerlo.

En 1992, algunas zonas de la Florida fueron golpeadas por el huracán Andrew. Al igual que en el caso de Katrina, vimos por televisión la tragedia. Pero nada nos preparó para lo que vimos luego, cuando volamos sobre millas y millas de casas devastadas, edificios de oficinas y otras estructuras, y nos impactó lo poco que habían transmitido incluso los mejores y más responsables programas de televisión. 

6. Todos los desastres se vuelven políticos.

La imagen del presidente George W. Bush mejoró enormemente luego de que la televisión lo mostró con insistencia junto a un bombero en las ruinas humeantes del Centro del Comercio Mundial el 11 de septiembre. La imagen del mismo presidente quedó seriamente dañada por no haber volado inmediatamente a la escena del desastre en Nueva Orleans.

Además de alterar la imagen del líder, los desastres inician un juego de culpas dentro de las agencias gubernamentales en el ámbito local, estatal y nacional, a medida que los burócratas luchan por quedarse con el crédito de lo que se hizo bien o por descargar en otro las culpas.

Los gobiernos autoritarios niegan con frecuencia que haya ocurrido un desastre. O minimizan sus efectos, como hicieron los soviéticos en 1986 luego del desastre nuclear de Chernobyl. Pero estas tácticas son cada vez más difíciles de emplear, dada la extensión de las nuevas redes de comunicación en todo el planeta.

7. Las mentes tenebrosas salen de todas partes.

Casi inmediatamente comienzan a circular teorías de conspiración, al principio informalmente, de teléfono celular a teléfono celular, después en la blogósfera, y después a través de la televisión.  Antes de que se hubiese despejado el humo en el Centro del Comercio Mundial, ya habían aparecido incontables teorías.

Recientemente, un sitio en la web reportó que un influyente líder musulmán negro en Estados Unidos, conocido por sus declaraciones extremistas sobre Estados Unidos, sugirió que uno de los diques en Nueva Orleans había sido saboteado deliberadamente para “destruir la parte negra de la ciudad y mantener seca la parte blanca”. No ofreció ninguna evidencia, pero la acusación se extendió rápidamente por toda la red y después a la televisión.

8. Los fraudes y engaños se reproducen.

Después de toda gran catástrofe, pandillas callejeras destrozan aparadores y roban televisiones. Asimismo, aparecen técnicos falsos que prometen ayuda para desaparecer después con los fondos. 

Pero la verdad es que los grandes fraudes y engaños no ocurren a ese nivel sino en la pantalla de las computadoras. A menos de tres semanas de la llegada de Katrina a Nueva Orleans, el FBI anunció que 4.600 sitios de la web solicitaban donativos para las víctimas del huracán, pero que la mitad o más eran operados por artistas del engaño.

Algunos envían correos electrónicos pidiendo dinero para localizar niños extraviados; pero  se guardan el dinero y luego desaparecen. Otros piden el número de su tarjeta de crédito, pero lo utilizan para robar la identidad del donante.

Todo  stock, sin embargo, son crímenes pequeños y difícilmente estarán a la altura de un huracán de categoría cinco. El verdadero fraude viene luego, cuando miles de millones de fondos públicos van a parar a los bolsillos de los contratistas, firmas para la construcción de carreteras y proveedores de máquinas y equipos que participan de la reconstrucción; cuando los empresarios de bienes raíces a gran escala exageran los reportes de daños para cobrar el seguro; o cuando las compañías aseguradoras inventan razones falsas para negarse a pagar reclamos legítimos.

9. La economía pone de cabeza la realidad.

Imagine que años antes de la tragedia de Nueva Orleans, la ciudad hubiese preparado un plan maestro de renovación urbana y contratado a KDI (Katrina Demolition Inc.) para limpiar varios sectores de la ciudad donde se levantarían nuevas edificaciones.

Los economistas hubieran considerado el dinero que se le pagase a KDI como un ingreso al PIB de Estados Unidos. Dicho de otro modo, la demolición hubiese sido considerada como un evento positivo para la economía nacional.

En cambio, si los edificios se destruyen por una catástrofe, los mismos economistas calculan su costo como algo negativo y, por ende, como una gigantesca sustracción al PIB.

Los pesimistas dicen que Nueva Orleans nunca será el gran destino turístico que fue, conocido en todo el mundo por su música, clubes nocturnos y restaurantes; pero los optimistas todavía lo  analizan.

Un ejemplo a favor de los optimistas lo ofrece Carl Steidtmann, principal economista para Deloitte Research. Menciona el gran incendio de 1871 que acabó con Chicago y llevó a un “boom del sector de la construcción, que transformó la ciudad al utilizarse nuevos materiales menos inflamables para construir estructuras de acero, bronce y piedra. En menos de un año... los valores de las propiedades estuvieron por encima de sus valores previos debido a que se reconstruyó un distrito comercial central más amplio”. El incendio en San Francisco de 1906  tuvo un efecto similar, según Steidtmann.

Pero estos ejemplos no nos dicen mucho sobre el momento en que debe producirse una catástrofe para tener un ejemplo positivo. Por ejemplo, el gran terremoto de Hanshin que ocurrió en Kobe, Japón, en 1995, mató seis veces más personas que Katrina y destruyó 400.000 edificios, acabó con sus instalaciones portuarias y cortó el abastecimiento de agua y gas.

La velocidad de recuperación de Nueva Orleans dependerá de lo que ocurra en Estados Unidos y con la economía mundial en el periodo inmediatamente posterior.

10. Prepárese para el Alzheimer social.

Por último, las memorias se desvanecen con mayor rapidez que antes. Los desastres, sin importar qué tan terribles sean ni cuánto hayan afectado los corazones, eventualmente se vuelven más y más pequeños en nuestra mente al producirse nuevos desastres,  giros y vueltas de la historia que demandan atención inmediata.

Puede que las víctimas nunca olviden su tragedia personal, pero con una tasa de cadáveres más rápida lo haremos el resto de nosotros.