El primer Sínodo del pontificado de  Benedicto XVI concluyó ayer con un documento de los obispos de todo el  mundo que no introduce innovaciones dentro de la Iglesia católica pero sí  denuncia la tendencia a la indiferencia religiosa de la sociedad.

Los cerca de 250 obispos que participaron durante tres semanas a los  debates del XI Sínodo de Obispos de todo el mundo sobre La Eucaristía: fuente  y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia, aprobaron al término del  encuentro un mensaje final que abarca “las luces y las sombras” de la vida de  la Iglesia.

La asamblea de obispos, que se clausurará oficialmente hoy  con una  misa solemne en la basílica de San Pedro presidida por el Papa Benedicto XVI,  no decidió apertura alguna a los divorciados que se vuelven a casar ni a los  casados que quieren ordenarse como sacerdotes, dos temas debatidos y que habían  suscitado fuerte interés en la opinión pública.

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“Conocemos la tristeza de los que no pueden recibir la comunión sacramental  por causa de una situación familiar no conforme con el mandamiento del Señor”,  sostiene el mensaje, al referirse a los divorciados que se vuelven a casar,  entre ellos muchos dirigentes políticos y personalidades latinoamericanas.

“El Sínodo no puede introducir o modificar las normas. Lo que sí se obtuvo  fue un cambio en la actitud hacia ese problema”, explicó en una conferencia de  prensa, monseñor Roland Minnerath, secretario especial del Sínodo.

“Preocupados” por la falta de sacerdotes, los obispos invitan a  promover diferentes formas de celebraciones dominicales que permitan “la  comunión espiritual” ante la imposibilidad de recibirla concretamente de manos  de un sacerdote.

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El documento denuncia “los graves problemas” causados por la secularización  del mundo occidental, “que conducen a la indiferencia religiosa”.

Los obispos piden también a los políticos que sean coherentes con su  fe cuando toman decisiones políticas, como apoyar el aborto y la  eutanasia.