En las últimas semanas se ha  estado promoviendo en Guayaquil un espectáculo taurino, mal llamado “fiesta” brava. Lo peor de esto, además de la barbarie que  implica, es que se quiera vender como un acto de la cultura guayaquileña.

Es algo que no podemos permitir: poner al toro en estado indefenso para torturarlo, desangrarlo y matarlo entre los gritos de una multitud que no ha hecho conciencia y está avivando un asesinato con premeditación y alevosía. Que nuestros niños vean eso como acto natural, no puede menos que estremecernos de pánico y vergüenza de llamarnos seres humanos.

¿Creen que si Jesús estuviera presente en su condición de humano gritaría ¡olé!, al ver cómo se masacra a un animal indefenso? Se nos acusa de tener doble discurso porque nos alimentamos de carne animal. ¡Qué absurdo!, cualquiera sabe que desde la creación, el hombre pertenece a la gran cadena alimenticia para la supervivencia y el equilibro de la naturaleza, prueba de aquello es que nuestros cuerpos inertes terminan siendo alimento para los gusanos, y si no recibiéramos sepultura, para las aves de rapiña.

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Además, a medida  que el hombre como ser humano racional ha ido aumentando sus niveles de conciencia, se ha preocupado que la muerte del animal que va a servir para su alimento, ocurra de la forma menos traumática posible. Si yo tuviera que morir asesinada rogaría a Dios que terminara mi vida de un solo golpe, que no me sometieran a lanzazos, no me infringieran docenas de heridas frente a una multitud que vibra con mi agonía, y que finalmente no mutilaran mi cuerpo cortándome las orejas como señal de premio de cobardes. Que ningún guayaquileño ni ciudadano del mundo pueda dormir tranquilo mientras exista un solo ser humano que no por maldad, sino por falta de conocimiento y por no haberse puesto en la piel del animal que sufre, asista con alegría a un asesinato con tortura y crueldad.

Pepita R. de Zevallos
Guayaquil

Quiero referirme  al tema de la tauromaquia en Guayaquil. Tuve oportunidad de realizar por cuatro años mi posgrado de cirugía plástica en Sevilla, Andalucía (España) y trabajar como integrante del equipo médico de las plazas de toros.

No recuerdo a cuántas corridas habré asistido, pero lo que siempre guardaré en mi memoria, es todo lo que esa magnífica fiesta conlleva: los pasodobles, los trajes de luces, la emoción de la gente, la bravura con la que el toro embestía al rejoneador, la casta del animal, el torero y su temple; en fin son muchos detalles y anécdotas que podría mencionar.

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Guayaquil es una ciudad abierta, progresista, entonces ¿por qué no respetar los gustos y aficiones de otro grupo de guayaquileños que sin la más mínima intención de importar costumbres queremos deleitarnos de esta fiesta brava?

No tuve la oportunidad de conocer al torero Guillermo Albán en España, tengo referencias de que se trata de nuestro mejor exponente en el duro oficio del toreo; apoyemos su esfuerzo y devolvámosle a nuestra ciudad esta tradición inigualable.

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Los aficionados no somos monstruos; somos humanos que creemos en la vida y en el sacrificio de vivir y morir.

Recordemos que hay también aficionados a las carreras de caballos, a las peleas de gallos, y que además de ser aficionados o no, nos alimentamos de aves, peces, cuyes,  que debemos matar antes de comer; ¿estaremos entonces tratando con ética a estas especies?

Dra. Priscilla Alcócer Cordero
Guayaquil