Está el país entero convencido de la necesidad de una reforma trascendente, fundamentada, categórica, que recoja la cultura política ecuatoriana y posibilite el rescate de la institucionalidad fracturada, así como de la gobernabilidad desorientada.

Que se haya invocado la necesidad de la Asamblea Constituyente para impulsar tal reforma guarda relación con el tenue propósito de los partidos políticos de aceptar ese reto entre sus prioridades, sin excusas, ni dilaciones.

Debe aclararse que cuando se anunciaba el pasado abril, la necesidad de la reforma política, se conocía de antemano que el proceso debía superar los cálculos, recelos y manipulaciones propias de la clase política tradicional, pues acostumbrada como está a manejar el inmovilismo como regla general del intercambio democrático, no iba a estar interesada en apoyar una reforma profunda y legítima. Pero ojo, el escenario estaba planteado y no se necesitaba de gran sagacidad política como para reconocer, recién ahora, entre sorprendidos e indignados, que con el Congreso Nacional y en general con las fuerzas partidistas, era muy poco lo que se iba a lograr respecto de la reforma.

Por eso, conociendo de antemano dicha realidad, el Presidente debió haber impulsado y liderado una propuesta de cambio sujeta a una estrategia que permita sortear los obstáculos antes mencionados, para lo cual se necesitaba habilidad, prudencia, pero especialmente coherencia. Lamentablemente, el último detalle es lo que ha faltado en este corto proceso y en ese punto, el mandatario asume especial responsabilidad, a pesar de haber sugerido tesis tan importantes como el voto facultativo y la revocatoria del mandato presidencial. Si se recuerda lo  cambiante que ha sido el Gobierno respecto del rol estelar que debía asumir en el encauzamiento de la reforma, debe concluirse que el mandatario no ha aportado los elementos clave que hubiesen impulsado la reforma en medio de la oposición previsible de la clase política.

Se argumenta que ahora lo hizo con el anuncio de la Asamblea Constituyente, rápidamente rechazada por el TSE. Más allá de las consideraciones legales, la pregunta fundamental de la consulta incorporaba, no sé si con candor o con desparpajo, una increíble ingenuidad, cuando proponía si queremos que la Asamblea Constituyente transforme a la nación, lo que equivale a repetir en otros términos que si queremos que se refunde la patria y, si ustedes lo prefieren, que si deseamos comprar un boleto directo al cielo. La pena es que toda esta fábula sigue siendo noticia de primera plana, mientras que lo que realmente impide que el Ecuador se transforme, no concita igual signo de admiración. Léase EL UNIVERSO, Pág. 6A del pasado jueves: “750.000 niños, niñas, y personas menores de 18 años se encuentran fuera del sistema educativo; nueve de cada diez niños del sector rural no cursan educación secundaria, uno de cada tres niños no llega a completar los 6 años de primaria, y uno de cada cinco infantes abandona la escuela en 4º grado”. Ese es el punto. Sigamos discutiendo la Constituyente y la reforma como si nada más importase, sigamos siendo tan inteligentes y revolucionarios, sigamos creyendo que estamos construyendo, paso a paso, el Ecuador feliz.