La sociedad está (estamos) ciertamente confundida y desesperada. No encuentra una salida a sus problemas diarios y en primera instancia mira (correctamente) hacia donde debe mirar: la política como la causa básica de esa inaceptable situación. Pero luego de ese primer disparo correcto de responsabilidades, cae en el desorden conceptual exigiendo a los presidentes cumplan su rol de Mesías y lo hagan en plazos cada vez más breves, por eso se ha intentado ya (casi) todo el  espectro posible de los calificativos: desde el buen discursante hasta  la locura, pasando por la vehemencia, el militarismo o la bondad. Sin resultados. Ha venido, entonces, el segundo acto, en parte errado también: la política la hacen los políticos, en consecuencia son los culpables de todos nuestros  males. Y como los políticos son incorregibles (y ciertamente lo son), hemos pasado a la tercera parte de nuestra desesperación: reformar las leyes con la mínima presencia de políticos. Los ciudadanos directamente al poder.

Así llegamos a la exigencia de una Asamblea. Pero quizás debemos empezar por la doble pregunta: ¿puede la Asamblea reconstruir, o construir si nunca ha existido, el Contrato Social entre los ciudadanos? ¿O es más bien el proceso al revés, los pueblos construyen su contrato y luego lo plasman en su estructura legal? Me atrevo a creer que esta segunda opción es la correcta: falta una visión colectiva porque cada uno se ha encerrado en su esquina y mira únicamente hacia “su” contrato particular consigo mismo, con su pequeño entorno y su pedazo de historia. Necesitamos entonces que las élites (amplias) y líderes tengan la capacidad de ir construyendo ese contrato (porque los pueblos “sienten” ese contrato, no lo construyen). ¿Podría ser que esas élites constructivas vayan a la Asamblea y allí diseñen el nuevo Contrato plasmándolo en la nueva Constitución?
Quizás, pero lo más posible es que no sea así. Porque el Contrato no cae del cielo mágicamente, sino que se va construyendo en base a creencias, visiones claras y diálogos. ¿Irán cargados los asambleístas de esas visiones ya claramente identificadas? ¿Puede un espacio de semanas o meses ser suficiente para construir lo que antes no se construyó con paciencia y desprendimiento? Tengo serias dudas. Uno de los grandes males del país es la incapacidad de las élites para dialogar (mucho se habla y poco se dialoga), ¿eso cambiará en la Asamblea?

¿Podrá la Asamblea, incluso logrando crear algo del inexistente Contrato Social, ir en contra del gran mal del Ecuador, como son los grupos de interés enquistados en la vida nacional y viviendo alegremente de ella? ¿Encontrará el esquema de extirpación quirúrgica preciso y correcto? Dudo también… Y, sin embargo, debemos probablemente ir a la Asamblea:  para intentar algo, para expresar lo que sentimos, para decirle a la clase política (tan soberbia estos días) que no es dueña del país y no creemos en su repentino apego a la Constitución para rechazar la Asamblea. Pero debemos ir a ella, como un grito, más que como una esperanza. Y quizás funcione…