La fractura numérica evidencia la brecha profunda en el acceso al conocimiento de sectores diferentes. En efecto, en el mundo de hoy el uso de las tecnologías de la información y de la comunicación (TIC) es esencial para combatir la ignorancia y la pobreza que figuran en los Objetivos de la Declaración del Milenio de Naciones Unidas (ODM), pero la realidad es otra, pues, no obstante los esfuerzos, hasta ahora no se aprecia una reducción apreciable de la brecha digital, ya que más del 75% de los utilizadores de internet viven en la parte del mundo donde se concentran la investigación y el desarrollo, o sea menos del 15% de los habitantes del planeta, de ahí que la información, el conocimiento y el saber acumulados por la humanidad no son accesibles para el 80% de los seres humanos, siendo esta división la barrera mayor para incluir a todos en la llamada sociedad de la información.

La fractura no solamente existe entre el Sur y el Norte sino también dentro de un mismo país, entre ciudad y zonas rurales, entre ciudad y sector urbano-marginal, entre hombres y mujeres, entre jóvenes y mayores, tomando en cuenta asimismo que más de mil millones de personas en el mundo viven con menos de dos dólares al día y alrededor de 900 millones son analfabetas. Esta realidad motivó al presidente de Senegal, Abdoulaye Wade, a proponer la creación de un Fondo de Solidaridad Digital (FSD), inaugurado el 14 de marzo de 2005, en Ginebra, en presencia de personalidades mundiales. Se trata de un mecanismo innovador de financiamiento, complementario a los ya existentes, cuya finalidad es colmar la fractura numérica.

El 60% de sus recursos es para ser destinado a los países menos avanzados (PMA), el 30% a los países en desarrollo y el 10% a las economías desarrolladas y en transición. Las nuevas contribuciones de financiación para el Fondo provendrían del 1% de los contratos públicos de material informático, el cual otorga el derecho a la marca “solidaridad digital”. Pero, por otra parte, la loable iniciativa del presidente Wade debe enfocar el hecho de que la inquietud mayor de los pueblos marginados no es colmar la brecha numérica sino colmar el hambre.

Un artículo publicado en The Economist de marzo 10 de 2005 alude a la apertura de mercados de telecomunicaciones de los países en desarrollo, exhortándolos a abandonar los monopolios a fin de permitir extender el uso del teléfono celular, que al no necesitar de grandes infraestructuras ni de fondos de Naciones Unidas u otros, podría ser la mejor solución para la fractura numérica de esos países, frente al hecho de que hoy, hasta los más pobres poseen un teléfono móvil por los beneficios que les proporciona y porque puede ser utilizado por los que no saben leer ni escribir.

Pero, si bien con el celular se accede a la comunicación, no proporciona la información de que gozan los utilizadores de internet, volviendo así al punto de partida: primero la alfabetización y luego la tecnología. Esperemos la próxima Cumbre de la Sociedad de la Información, a efectuarse el próximo mes de noviembre en Túnez, para saber algo más sobre la nueva estructura digital propuesta por el Presidente de Senegal.