El presidente Alfredo Palacio ha jugado la penúltima carta de la reforma política, porque la última puede ser el archivo y el fracaso, otra vez, de la necesaria reforma.

La fortaleza de su propuesta de Asamblea Constituyente está en recoger la crisis política desde su raíz. La debilidad, es que ha sido el producto del último cabildeo en el corto pero agitado periplo de las cavilaciones del mandatario. Cada una de ellas ha estado marcada por un ministro de Gobierno distinto, y como ocurrió con Gándara y Molestina, Galo Chiriboga aparece como el promotor de una propuesta de profundas consecuencias políticas. Pero una reforma política hace parte de un proceso nacional complejo, con diversos momentos y con protagonistas que busquen consensos, no es el producto de un nuevo cabildeo.

Palacio todavía puede dar un paso atrás y ceder a la presión que van a comenzar a imponer los partidos en el Congreso, porque los ratones no quieren abandonar el derecho a poner orden en la alacena. Si no, ¿qué otra interpretación cabe dar a las palabras del presidente del Parlamento, Lucero, cuando habla de que se opondrán a cualquier intento por desestabilizar la democracia? Si se toman en serio semejante actitud vigilante, lo más recomendable sería no oponerse a la propuesta del Presidente, sino retomarla y buscar conjuntamente con los movimientos y agrupaciones sociales, un conjunto de temáticas en común para debatirlas en la Asamblea, en torno a tesis como la democratización de los partidos, la independencia de la justicia y de los tribunales Electoral y Constitucional y el fin de las empresas electoreras. Lamentablemente, las palabras de Lucero tienen otra dirección: responden a la terquedad con la que los diputados creen que siguen encarnando la única representación política.

La propuesta del presidente Palacio pone a la clase política enfrentada con las organizaciones y movimientos sociales. Los unos y los otros en momentos difíciles: los primeros asfixiados por sus propias torpezas; los segundos, en el momento más débil de la última década. ¿Es lo mejor para un cambio proponer una modalidad que puede ser interpretada como una confrontación entre la sociedad política y la sociedad civil? Naturalmente que la respuesta, desde la ciudadanía, es que no se trata de una confrontación, sino de un recambio en el espacio de la sociedad política. Solo los resultados nos dirán la lectura final que haga la sociedad de este intento.

El proponer que la Asamblea Constituyente se integre con una paridad de representación entre los partidos y la sociedad civil, resuelta en las urnas y no en colegios electorales, pone a los dos ante la prueba más difícil dentro de una democracia: abrir sus cauces en un país preñado de frustraciones, injusticias y pérdida de fe en la propia democracia.

Pase lo que pase, la propuesta de la paridad de representación, cualquiera sea el resultado, va a colocar los ejes del ejercicio de la política por más allá de los viciados actuales, donde los partidos se construyen sobre la base de las dictaduras de sus líderes y el engaño ideológico a los electores. El resto, es todavía una incógnita.

Sin embargo, los partidos se lo han buscado. Han preparado las condiciones para que alguien, desde los márgenes, y con todos los riesgos, busque la fórmula de un recambio.