Si hubiese un ranking de países ordenados según el grado de manipulación que se da al derecho con fines de persecución política, estuviésemos en primer lugar. Sería un primer lugar bien ganado. No logramos distinguir la política partidista, del derecho; la ley, de la opinión pública; las reglas jurídicas, de la demagogia.
Esta terrible confusión, causada en ocasiones por ignorancia e inmadurez, y en otras por interés, ha sepultado la institucionalidad en el Ecuador.

Quizás necesitemos dos décadas para que esa institucionalidad se instale en el país. Ahora no existe, ni hay indicios de que la tendremos en los próximos años. Simplemente nuestra dirigencia no alcanza a entender la importancia que tiene para una sociedad la diferenciación entre el sistema político y los otros sistemas de control social, como es precisamente el derecho. No es que dichos sistemas sean islas. Es natural que exista entre ellos una interacción. Lo que ellos sí deben mantener incólume es un núcleo intocable que sirva para proteger tanto a las libertades civiles como a la democracia o al mercado.

Quienes llegan a ocupar dignidades públicas –salvo los diputados, quienes gozan de inmunidad– están expuestos fácilmente a que su accionar no sea juzgado en la arena de la política, sino en las cortes, y concretamente penales. Esto es fatal para una nación.
Esto tiene hundido al país, desconcertado al mundo, hastiada a la gente y desorientada a la juventud. Se ha vuelto un dogma que llegar a ser impopular, caer en desgracia de poderosos personajes o simplemente cometer errores políticos en el ejercicio de una función, conlleva inevitablemente responsabilidad penal.

El delito que se le endilgará es lo de menos. Usted escoja, mi patrón. ¿Qué le apetece hoy? Prevaricato, traición a la patria, estafa, abigeato, violación, secuestro, arrogación de funciones o nuestro plato favorito, el peculado. Ah, mi señor, se me olvidaba decirle, nos acaba de llegar otro plato que se llama “conspiración”. Sí, conspiración a la parrilla o al horno. Usted ordene cómo lo quiere. Todos van precedidos obviamente por nuestra afamada “prisión preventiva”. A nosotros no nos hace temblar nada. Estamos aquí para servirle. Además, mi señor, de paso me hago popular. Imagínese, con esto saldré en la tele, me dirán valiente y me darán homenajes. Eso sí, mi patrón, le recomiendo que siempre escoja un delito que no sea susceptible de fianza. Esto es importante, tiene que ser plato de reclusión mayor, sino tendrá problemas. Y no se preocupe, mi señor, si se trata de un ex Presidente de la República, como tampoco por esos detallitos que llaman “pruebas”, “presunción de inocencia”, “hábeas corpus” o por esa majadería que han inventado los gringos del “debido proceso”. Como usted sabe, patrón, acá no estamos en África o el Caribe sino en Ecuador. Acá la fuerza es la que manda. La fuerza del garrote, del escándalo, de los votos, del miedo o la fuerza de los ratings.

Parafraseando (al revés) a un candidato: ¡atrás Ecuador, atrás...!, que ya mismo tocamos fondo.