El inglés es el tercer dramaturgo galardonado con el premio Nobel
de Literatura en los últimos 36 años, luego del irlandés Samuel Beckett y del italiano Darío Fo.

La academia sueca ha vuelto a consagrar a un escritor político y contestatario. El año pasado lo hizo con la austriaca Elfriede Jelinek. Hoy lo hace con un dramaturgo inglés que hace poco calificó a Tony Blair de “un idiota engañado” por su apoyo a la guerra del presidente George W. Bush en Iraq, conflicto al que describió como “la pesadilla de la histeria, ignorancia, arrogancia, estupidez y beligerancia estadounidenses; el país más poderoso que el mundo haya conocido haciendo la guerra contra el resto del mundo”.

Por otra parte, con el premio a Pinter, el Nobel vuelve a acordarse del teatro de la posguerra que tuvo sus expresiones cumbres en el teatro del absurdo de Ionesco y Samuel Beckett (Nobel 1967) y en los llamados ‘Iracundos’ ingleses comandados por John Osborne que dio nombre al movimiento con su obra Recordando con ira, Arnold Wesker y Harold Pinter.

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Entre unos y otros, hay en común un enorme sentido lírico del diálogo teatral, paradójicamente articulado con situaciones diarias, corrientes, que ocurren en cualquier rincón urbano de Londres, Berlín o Nueva York; y el carácter absurdo de una convivencia humana que se probó como tal, como absurda, en el drama y el delirio de la segunda guerra mundial.

Autor de 29 piezas teatrales, Pinter se inició con obras de un realismo de nuevo tipo, ubicando los personajes y las situaciones en el destino cotidiano de ciudadanos humanamente rotos, asfixiados por la rutina y un soterrado y doméstico absurdo que va tomando forma en la medida que los diálogos progresan. Algo que ha llevado a hablar del realismo de Pinter como un estilo “amenazante”.

Incluso podríamos encontrar piezas de Beckett como Esperando a Godot enormemente paralelas a piezas de Pinter, como aquel hermoso e incoherente poema para tres personajes, Silencio, estrenado en Londres en 1969.

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“El teatro es para mí la escritura más difícil, la más desnuda”, declaró Pinter, confirmando la dificultad que encierra el crear tensión escénica allí donde no existe nada más que silencio, seres que dialogan consigo mismo y que, al hacerlo, ilustran la descomposición y la soledad humana de posguerra: dos hombres y una mujer en un escenario con apenas tres sillas, tres monólogos desoladores y domésticos que se confrontan ignorándose. Y la tensión dramática reside en Silencio, en el modo como los tres personajes “sueñan” sus mutuas relaciones que nunca se concretan. El propio escenario está dividido en tres áreas, para marcar la imposibilidad del encuentro.

El absurdo de la vida diaria en Occidente era representado con la imposición del absurdo en los elementos constitutivos de la obra. Un teatro que revolucionó las concepciones de tiempo, de lugar, de unidad de acción, vigentes en la dramaturgia de la primera mitad del siglo XX.

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Memoria, silencio, largas pausas, tiempo congelado. Pinter ha identificado el delirio de la humanidad en dos elementos: el poder y el conflicto nuclear, los dos actuando juntos.

“Me preocupan desde hace años, y cada vez más, dos cosas. Una es el hecho de la tortura, la tortura oficial, que suscriben tantos gobiernos. Y la otra es la situación nuclear. Llevo varios años de miembro del Comité para el Desarme Nuclear y he sido muy activo de una forma u otra”, declaró hace unos años.

Harold Pinter nació en Londres en 1930, en un barrio de trabajadores industriales en el que se ambientarían algunas de sus obras. Estudió inicialmente en la Royal Academic of Dramatic Art de Londres, pero su conocimiento del teatro lo obtuvo a lo largo de una década como actor en compañías dramáticas ambulantes.

Su primera obra fue La habitación estrenada en 1957. A renglón seguido vendrían El montaplatos (1957), La fiesta de cumpleaños (1958), El portero (1960), El amante (1963), El retorno al hogar (1965), Silencio (1969), Viejos tiempos (1971), Tierra de nadie (1975), Betrayal (1979) y un amplio conjunto de piezas cortas.

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Pinter fue también guionista de cine, con producciones que constituyeron piezas clásicas de la cinematografía: El mensajero (1971), El último magnate (1976), La mujer del teniente francés (1981). Preparó, por encargo del director Joseph Losey el guión de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, pero el proyecto no prosperó.

Harold Pinter se encontraba dedicado a la poesía y a incursiones políticas, cuando le sorprendió la concesión del premio Nobel de Literatura.

Es el tercer dramaturgo galardonado en los últimos 36 años, luego del irlandés Samuel Beckett y del italiano Darío Fo. (JP)