Se conocía como ‘corte de tela’  la cantidad de tejido necesaria para confeccionar las diferentes prendas de vestir (ternos, pantalones, vestidos, camisas, etcétera). Así, para un terno  se requerían 3 yardas; para un pantalón, una yarda y tercio; para un vestido de mujer, dos yardas. Tanto la vara, de 84 cm, como la yarda, de 91 cm, se utilizaban hasta hace unos 20 años. En la actualidad es el metro la medida para vender la tela.

Así, pues, los cortes se comercializaban no solo en los múltiples almacenes que había  en la ciudad, sino también en los caramancheles   y puestos de venta  que ocupaban especialmente  los portales y aceras en los alrededores de los mercados Central y Sur.
Los comerciantes tenían formas muy propias de promocionar su mercancía, que colocaban sobre tarimas  de madera y metal; algunos se subían en vehículos y con megáfonos llamaban la atención de los compradores.

Había casos en que el vendedor se subía al banco, tarima o vehículo, tomaba en sus manos la pieza aparentemente de remate y al desplegarla pregonaba: ¡Una vara 10 sucres, dos varas 20 sucres y tres varas, 30 sucres! Enseguida añadía: ¡Todo por 28 sucres! ¿Quién da 25? ¡Último precio, 22 sucres!... Terminaba luego:  ¡La señora del vestido rojo se lleva este bonito corte por 22 sucres!... y sucesivamente ofrecía otros cortes de otros colores y telas a la concurrencia.
 
Mientras el vendedor  continuaba en su tarea, los curiosos e interesados se acercaban ante el escándalo de las llamativas ofertas. Pero hubo ocasiones que los compradores al llegar a sus casas encontraban que las tan promocionadas bondades de las telas no tenían las medidas con que se las vendió. Además de casimiris y gabardinas, los comerciantes ofrecían vuelas, seda china, olán, tul ilusión que dejaron de fabricarse o traerse del exterior.

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Recuerdos de Luis Vayas Amat, empresario y editor gráfico guayaquileño.