Ir a la consulta del doctor está resultando algo enigmático, un acertijo, toda una aventura. Porque cuando uno va ordinariamente donde cualquier doctor, porque algo le duele o se siente mal, lo primero que hace es establecer una cita con el galeno. Pero si este directamente o por medio de su asistente le dice que sí, ...pero que quizá, que para pasado mañana, pero que ya veremos, entonces ya caemos desde antes de empezar la consulta, en el enigma, el acertijo y la aventura.

Además un paciente va donde algún doctor para que le diagnostique a ciencia cierta la enfermedad o el mal que le aqueja. Va sobre todo para que lo recete, le señale el tratamiento y, en definitiva, para que lo mejore o lo cure. Es una cuestión de confianza previa, aunque finalmente el paciente será quien decida seguir o no las indicaciones del médico. Pero cuando para preparar la consulta lo primero que el doctor hace es encargar a su suplente que le pregunte al paciente lo que se le debe recetar, entonces la aquella confianza previa del paciente a lo menos se resquebraja. Probablemente ya no querrá ir a la consulta, pero si a pesar de eso va o es llevado a la fuerza, no irá bien predispuesto a hacerle caso al médico.

Peor predispuesto estará cuando el doctor, previo a la cita y a través de sus asistentes de turno, una vez tras otra, le ha hecho conocer al paciente sendas recetas... que luego ha aclarado no son tales sino meros borradores de ensayo. Y para colmo, si el doctor reiteradamente muestra discrepancias con sus propios ayudantes y con los demás que necesariamente deben participar en una futura e incierta operación de alta cirugía. A sus ayudantes los podrá cambiar, como repetida y sorpresivamente lo ha venido haciendo, pero no al resto de los que integran el staff del hospital, que no es suyo propio sino en el cual también trabaja por contrato temporal a plazo fijo, que pronto terminará.

Es muy explicable entonces que el paciente esté impaciente o algo peor ante la consulta del doctor. Lo cual no significa que el doctor no sea un buen especialista, ni que yerre en sus símiles, como cuando, antes de ser el médico tratante, porque el paciente en ese entonces estaba en manos de un barchilón, el doctor diagnosticó acertadamente que “la Patria se cae a pedazos”, y luego que “está en cuidados intensivos”. Ojalá nunca más haya que repetir un diagnóstico semejante. Y ni siquiera ese otro diagnóstico que le oí decir en una manifestación callejera en Guayaquil, al poco tiempo de haber asumido como médico tratante: que “la Patria necesita un tratamiento cardio-pulmonar de emergencia” o algo así.

Por lo demás y ante los últimos acontecimientos relacionados con la consulta del doctor, solo diré por ahora que de las tres discrepancias que molestaron a Molestina, hasta el extremo de mandarse a cambiar, coincido en discrepar a lo menos en una: aquella de la revocatoria popular del mandato del presidente de la República, que suena tan bonito. Muchos otros doctores también la han propuesto con sesudas razones, de muy buena fe, y seguramente muchísimos, quizá la mayoría, que no son doctores la apoyarían entusiasmados. Pero eso sería el acabóse para la gobernabilidad en Ecuador. Algún otro día, si conviene y tengo espacio suficiente, les diré doctrinalmente y en la práctica por qué.