El Palacio de Bellas Artes de la capital azteca fue el escenario del concierto en honor del embajador del violín, Enrique Espín Yépez.

Nunca lo conocì. La imagen  que me permitió por primera vez saber de su rostro fue una donde aparecía un afamado músico europeo, quien le entregaba su propio violín como un mandato del espíritu en evidencia fraterna del arte universal y sin fronteras.

Ayer, aquí en el Palacio de Bellas Artes de la capital azteca, el embajador del violín, Enrique Espín Yépez, renació  con la sonoridad de su alma de artista para recibir, desde donde se encuentre, el homenaje post mortem del más alto nivel cultural y social en una noche de armoniosos recuerdos, siempre unidos  a la esperanza de un Ecuador mejor.

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Al escuchar la obra de Espín Yépez, interpretada por Jorge Saade, la identidad musical de nuestra patria se convirtió en motivo de alegría y admiración para que se integre en un verdadero patrimonio de la humanidad.

Espín Yépez murió en México el 21 de mayo de 1997. Se dijo entonces con razón que cumplidos sus caminos humanos, su latido musical seguía latiendo con mejor y más honda intensidad. 

Nació en Quito en 1924. Supo vivir con abnegación en su vocación desde su  juventud; estudió y trabajó ejemplarmente, con honradez y sin tregua, reunió las cualidades propias de los grandes artistas; la sencillez, la frescura de sus actos solidarios y sobre todo la transparente intimidad que le permitió compartir la inspiración con sus semejantes.

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Durante más de 30 años vivió en tierras mexicanas donde conoció y amó a doña Josefina Paredes viuda de Espín, mujer mexicana, compañera leal y noble dama, a quien el Ecuador le debe algo más que el reconocimiento y la gratitud.  Fue la musa de nuestro compositor clásico y afamado académico del arte musical.

Aquí en México no solo recibió el sentimiento claro de su pasión y la estirpe de su sangre renovada en cada uno de sus hijos que le sobreviven.  También recibió  la batuta para dirigir la Orquesta de Cámara del Estado de México y  dictó  cátedra en el Conservatorio Nacional de Música de la ciudad de México.  
Participó en forma constante con el Instituto Nacional de Bellas Artes.

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Aquí en esta misión del Ecuador en México, Leopoldo Benites Vinueza le rindió pleitesía y presidió sus conciertos para los ecuatorianos residentes.   Luego alguien ha dicho que fue nuestro gran poeta Adalberto Ortiz, quien entonces actuaba como secretario del embajador, el coautor que ayudó a escribir la letra del pasillo Pasional.

Hay diferentes clases de diplomáticos para la representación de sus pueblos y el embajador del violín fue de aquellos que supieron ganarse el corazón de su nación adoptiva donde vivió y murió, producto de esa entrega han sido la creación de bellas melodías y el legado para innumerables seguidores, alumnos que crearon cuartetos y conjuntos de cuerdas que en nuestros días los seguimos escuchando.

Entre los más jóvenes violinistas que de él aprendieron se encuentra Jorge Saade Scaff, estudioso académico y virtuoso del violín que ha recibido honores en Salzburgo, en el Instituto Mozarteum y ha servido a la diplomacia ecuatoriana en el gran país del norte donde también estudió y se graduó.  Saade llegó a México el día anterior al concierto, luego de venir siendo aplaudido en el Carnegie Hall y aquí en Bellas Artes volvió a triunfar. Así como el Señor ya le dio reposo eterno al primero, yo le pido en cambio que le abra nuevos escenarios del mundo a su leal discípulo. 

*  Embajador del Ecuador en México.

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