Fueron solo 72 días los que demoraron las tres carabelas antes de pisar el continente y desde aquel día empezó la colonización, el enfrentamiento cultural. Un enfrentamiento, de tal magnitud, que según Jean Comby en su obra La Historia de la Iglesia (Editorial Verbo Divino) “...fue brutal, una cultura, la católica –engendrada en su cuna absolutista europea–, y la otra, la india, las otras, las americanas; fueron la causa para suicidios en grupo, violaciones y desapariciones completas de comunidades.

La conquista no tuvo piedad y siguió el principio de la ‘tabla rasa’ pues, implicaba la destrucción de las religiones tradicionales como manifestaciones diabólicas, la destrucción de las viejas religiones era también la de las culturas y la de las sociedades. Los convertidos tenían que adoptar más o menos la cultura europea ligada al cristianismo: forma de vestir, sentido de la propiedad privada”; y, seguramente, la concepción estéril del sacrificio.

Después de 1492, los conquistadores europeos dejaban sus países para salir en busca de oro en las llamadas Indias, lo que ocasionó la muerte de miles de indígenas, no solo en los conocidos combates sino a causa de las múltiples enfermedades virales que los aventureros traían consigo a las tierras nuevas.
Ocasionando, incluso, la desaparición de civilizaciones enteras.
Según el mismo autor, “a mediados del siglo XVI, la población natural de las Antillas había desaparecido por completo. Los españoles se habían distribuido las tierras y las poblaciones (sistema de la encomienda), lo cual llevaba a una esclavitud disimulada de los indios”.

El indio americano fue visto como objeto de lucro y abuso, y aunque el dominico Montesinos (1511) fue una esperanza para los indios, pues obtuvo –en contra de la voluntad de los colonos– las llamadas leyes de Burgos que disponían que a los indios deba de tratárseles como hombres libres y los amos debían de preocuparse de vida cristiana, no fue sino Bartolomé de Las Casas (1474-1566) quien obtuvo que Carlos V suprima La Encomienda. De Las Casas, haciendo eco de las palabras y la frase de Fary Antón de Montesinos: “Yo soy la voz del desierto”, invitó a todos los notables a reflexionar sobre el respeto que merecían los indios con un discurso como este:
“...Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muerte y estragos nunca oídos, habéis consumido?
Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin darles de comer ni curarlos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir los matáis, por sacar y adquirir oro cada día...”. (Tomado de Dios el oro de las Indias, Gustavo Gutiérrez).

¿Nos seguirán colonizando? ¿Alguien nos tiene inmersos en guerras? ¿Quién pretende llevarse nuestro oro y riquezas naturales? ¿Nos imponen modas de pensar o vestir? ¿Somos libres? O todavía no nos damos cuenta que tenemos derecho a una América digna y libre. Que no nos demos cuenta de esto, sería lo peor.