El pasado sábado por noventa minutos el Ecuador vivió como una nación. A los ecuatorianos nos unía un destino, un propósito, un anhelo. Nada de trampas, arreglos escondidos, verdades a medias. Las reglas eran claras, conocidas y aceptadas por todos. El juego se hizo a la luz de todos. Los movimientos, las tácticas y la estrategia del equipo estaban allí, a la vista de todos. La mañosería, la demagogia, los discursos rimbombantes y el escándalo estaban ausentes. Por noventa minutos el Ecuador y la selección sintonizaron un mismo canal. El equipo hizo llenar de orgullo a todo un país. Todo en noventa minutos.
Muchos se deberán preguntar cómo es posible que el Ecuador haya producido tan excelente equipo de futbolistas y tan vergonzante equipo de políticos.

Qué contraste, en efecto, qué increíble contraste con lo que sucede en la esfera pública. En esta lo que abunda es precisamente lo contrario de lo sucedido el pasado sábado. Se juegan varios partidos, en varios escenarios y en diferentes momentos. Los reales jugadores no son vistos por el público.
Los partidos se juegan a la espalda de la ciudadanía. Los goles se los meten no a los adversarios –la pobreza, la inseguridad, la falta de educación, etcétera– sino a los propios ecuatorianos.
Nuestros políticos son expertos en autogoles. Se han pasado los últimos veinte años goleando al país que tanto dicen amar.

Para muestra basta el botón de la consulta. La reforma política que el país desea y necesita no se va a concretar a través de la anunciada consulta popular. Esto debe quedar claro desde ahora. A lo sumo lo que puede esperarse es una reforma hecha a la medida de la partidocracia. Será una forma elegante mediante la cual la clase dirigente se apresta a echarse un perfume de rosas que esconda los malos olores que en veinte años de engaño sistematizado salen de su cuerpo.

Después del susto que pasaron, primero en diciembre de 2004, cuando por pocas semanas perdieron el control férreo que tenían de la  Corte Suprema de Justicia –y que al parecer están por recobrarlo–, y luego en abril de este año, cuando el grito de que se vayan todos los puso nerviosos, luego de este susto, viene el gusto. El gusto de la arrogancia y de la burla. Ninguna de las preguntas que quieren plantearse tiene por objeto darle un giro de 180 grados al sistema político. Todas ellas buscan simplemente apuntalar –una vez más– la vetusta casa en la que ya nadie soporta vivir.

Bastaría una sola pregunta. Bastaría, por ejemplo, preguntarle al Ecuador si quiere o no una Constituyente en la que no participen ninguno de los partidos políticos. O una que simplemente pregunte si desean que los diputados se elijan en la segunda vuelta electoral. O una que faculte al Presidente a anticipar elecciones generales. O una que... Pero no. Se ha preferido un chorro de preguntas que buscan introducir reformas que no reformen. Qué contraste con la selección de fútbol.