Bolivia asumió un rol de liderazgo  mundial en el uso racional de sus recursos forestales, al ser certificado como  país que hace un aprovechamiento de sus selvas bajo normas internacionales y  siguiendo usos ancestrales.

El presidente boliviano, Eduardo Rodríguez, calificó la certificación  otorgada por la agencia estadounidense Smartwood como "un bálsamo" en medio de  una crisis política aguda que enturbia su gestión transitoria.

Bolivia ha conseguido certificar 2,2 millones de hectáreas de bosque que  maneja sosteniblemente, la mayor superficie conjunta en el planeta, pese a que  el país tiene cubierta casi la mitad de su extensión territorial (1,1 millones  de km2) con bosques tropicales, es decir 53 millones de hectáreas.

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El aprovechamiento forestal bajo normas internacionales y técnicas  ancestrales de los indios guarayos está a punto de cumplir una década en este  país enclavado en el corazón de América del Sur y cuyo territorio se asienta  sobre la cuenca amazónica, la mayor reserva ecológica planetaria.

La mayor parte de los bosques -algunos de los cuales permanecen en estado  virgen, principalmente en el nordeste y norte amazónicos- se aprovechan en las  tupidas selvas del oriente boliviano, en el próspero departamento de Santa  Cruz, bajo el mecanismo de la concesión privada.

Una de las áreas de explotación forestal certificada es la concesión Cimal-Guarayos, a unos 600 km. de la ciudad de Santa Cruz, a su vez a 900 km. al  este de La Paz.

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En esta zona catequizadores jesuitas enseñaron música a los indígenas el  siglo XVII. Hoy, los descendientes de estos últimos fabrican violines y otros  instrumentos de cuerda de gran calidad con madera cortada en el lugar y se han  convertido en la orquesta referente de Bolivia en la ejecución de piezas  renacentistas.

En pleno Escudo Brasileño o Precámbrico, zona fisiográfica de más de 7  millones de km2 que comparten Bolivia y Brasil, un par de centenas de obreros,  técnicos e indígenas se han introducido en plena selva, donde imponentes se  levantan miles de árboles de gran fuste, cuya madera es codiciada por la  industria criolla de muebles y puertas, que buscan mercados de Estados Unidos y  Europa.

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Ayudados por maquinaria pesada, los obreros laboran bajo una canícula que  apenas avistan bajo una cubierta de ramas y hojas, en medio de reptiles y  animales salvajes "que temen al hombre como nosotros les tememos", explicó  Alaín Muñoz, un empleado de la concesión.

El aprovechamiento de la madera responde a la lógica inmemorial de que la  muerte por tala de un árbol de más de dos toneladas de peso y unos 50 metros de  alto debe dar vida a tres de su especie.

Víctor Hugo Pitacuari, un indio guarayo de 23 años, munido de una  motosierra hizo un par de "bocas" a un yesquero blanco , una mole de 40 metros  de alto y casi tres metros de perímetro, para "direccionar" su caída.

En la parte posterior le infirió luego un preciso tajo que provocó su caída  definitiva, precedida de una suerte de desgarrador estertor que remeció el  bosque.

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"La ley es tres por uno. Este mismo yesquero dejó caer durante sus 60 años  de vida aproximadamente cientos de semillas" que no fructifican porque su copa  frondosa inhibe la luz solar, describió el experto forestal Alwin Alemán.

Derribado ya y en consecuencia abierto el paso al sol, sus frutos tendrán  oportunidad de desplegarse y lo harán lejos de la intrusión de la mano del  hombre, que en 30 años no volverá siquiera a pisar la hierba del lugar.

La selección de los árboles aprovechables o maduros, que no sean  catalogados como "sementales", es decir los que no se tocan por prescripción  científica, queda a cargo de lugareños, que conocen palmariamente el lugar y  que tienen identificados en mapas uno a uno los miles de árboles de especies  aprovechables en regiones que no obstante explotadas se mantienen lejos de  cualquier proceso de desertización.