La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), con ocasión de la Cumbre de la ONU, reunida hace unos días en Nueva York, lanzó un enérgico llamamiento titulado ‘El mundo no puede tolerar el hambre’, dirigido a los lideres mundiales, quienes deben cumplir su compromiso ya adquirido de reducir el número de hambrientos en el planeta a la mitad hasta el 2015. La FAO afirma: “Es inaceptable que 843 millones de personas en los países en desarrollo o de economías en transición continúen siendo víctimas de hambre y que más de 1.000 millones de personas tengan que vivir con menos de un dólar diario”.

Según la FAO, desde 1996, el ritmo de disminución del porcentaje de hambrientos es muy lento en los países comprometidos. En el caso del Ecuador, según encuesta y varios estudios que se han publicado, la disminución de hambrientos no solo no ha disminuido sino que, desde la dolarización, ha aumentado.

Según la prensa nacional el sector más pobre del país vive, en promedio, con dos dólares por día y por persona. Como es un promedio, quiere decir que hay gente que vive con un dólar o menos por día. De acuerdo a otras estadísticas internacionales, los 500 hombres más ricos del mundo perciben rentas que equivalen a lo que obtienen 416 millones de pobres.

Ante tan grave inequidad entre ricos y pobres hubo una resolución para que los países ricos dediquen 70 centavos de dólar, por año, por cada 100 dólares del ingreso nacional. A pesar del aplauso inicial otorgado por la mayoría de países ricos, en la realidad se ha progresado muy poco en este saludable propósito o compromiso. Por ejemplo, Estados Unidos, aunque sí incrementó su aporte, en el 2004 llegó solo a 16 centavos y con la situación actual de la guerra en Iraq y los desastres por los huracanes e inundaciones, hay poco optimismo de que el aporte aumente en forma significativa.

Según una estimación del Programa de la ONU para el Desarrollo, se necesitarían por lo menos 7.000 millones de dólares por año, por un decenio, para proporcionar agua potable a 2.000 millones de pobres que no gozan de este servicio vital.

Según la experiencia de muchos países, se requiere una suma igual o mayor para dotar de saneamiento básico, como alcantarillado o letrinas.

El futuro de los pobres, a pesar de los grandes progresos de muchos países, sigue siendo lóbrego. Los países más ricos, no todos, se muestran rehuyentes a contribuir con esos 7.000 millones de dólares para agua potable. La situación de nuestro país, aunque no es tan trágico no es tampoco entusiasmante. En el año 2000 solo el 63% de la población tenía acceso al agua potable, con la circunstancia de que mientras en las ciudades tenía una cobertura del 76%, en las zonas rurales es de solo el 42% y paradójicamente el IEOS, cuya misión era realizar obras sanitarias como dotación de agua y de eliminación de excretas, fue suprimido. Cuánto nos queda por hacer.