La enfermedad terminal del sector eléctrico, con el inevitable anuncio de apagones, puede ser la mejor metáfora de una sociedad que se ha empeñado en caminar hacia la oscuridad.
Mientras la mayor parte de países latinoamericanos hacía de la política el campo adecuado para redefinir su futuro a largo plazo, en el Ecuador esa misma palabra (política) solamente aludía al monto que le tocaría en el reparto a cada uno de los grupos de presión. El manto de los derechos y de las libertades democráticas ha servido para cobijar intereses fragmentados que saben que la única unidad de medida válida es la que determina cuánto le ha de tocar a cada uno. Ha funcionado a la perfección un acuerdo implícito, nunca reconocido, para mantener todas las negociaciones y sus frutos en las tinieblas.
Solamente ahí, al amparo de la penumbra, puede funcionar una maquinaria de esa naturaleza. Arrojar luz encima de ellas, como correspondería a un régimen democrático, habría significado terminar con todo el sistema y, por cierto, con sus beneficiarios.

Lo que ahora vuelve a hacerse evidente en el área eléctrica no es sino uno de los botones de muestra que se pueden encontrar por decenas sin hacer mayores esfuerzos en la búsqueda. La ausencia de inversión en nuevas unidades de generación, que es el problema central, no se puede explicar únicamente por la incapacidad de los gobiernos. A esta se debe añadir la altísima eficacia que han desarrollado para oponerse a cualquier cambio quienes saben que la modernización del sector energético –electricidad y petróleos– acabaría con sus negociados. Ellos saben perfectamente que las ganancias que obtienen en las condiciones actuales no se comparan a las que podrían obtener –si acaso las tuvieran– dentro de un esquema claro y transparente, sujeto a reglas precisas y a organismos de control autónomos de las partes interesadas. No, el cambio en este campo no se explica solamente por la sucesión de malos y mediocres gobernantes. Detrás de esto, así como de la parálisis del país en su conjunto, está el juego político que se desgasta en la denuncia y en el escándalo, pero que deja intocado el pastel porque tiene la esperanza de que algo caerá, aunque sean migajas.

Es fácil, por otro lado, atribuir el origen de los problemas a uno solo de esos sectores, el de los sindicatos, pero nada se logrará si no se comprende que ellos son apenas uno de los engranajes de todo el mecanismo. En este confluyen intereses más poderosos, de la misma naturaleza de los que ahora quieren utilizar para su provecho el dinero de los incautos clientes de la banca, mientras ellos mantienen sus cuentas en el extranjero.
Son los mismos intereses que impusieron la AGD como garante de los banqueros corruptos, de sus agnados, cognados y vinculados. Los que quisieron beneficiarse de la eliminación del impuesto a la renta y la aplicación del ICC, que fue el puntillazo final para los bancos. No hay necesidad de engañarse, la oscuridad es el mejor aliado de todos ellos.