Para titularla, Lucho Mueckay tomó prestado un verso de Romance de mi destino, porque al igual que el pasillo, la coreografía habla de los adioses.
En el 2000 el director, actor, bailarín y coreógrafo Lucho Mueckay creó la danza titulada Húmedas Trinitarias. Esta pieza, que era una especie de homenaje a las mujeres de la isla Trinitaria de Guayaquil, a su forma de vida y a sus fortalezas y carencias, obtuvo el mismo año el primer premio del Festival Alas de la Danza en Quito.
El año pasado el artista guayaquileño estrenó la coreografía Se nos fue la mano, en la que indagaba el tema de la violencia y el abuso del poder. Encaraba así a ese monstruo grande que por cotidiano y recurrente quizá se ha vuelto como normal en nuestras sociedades.
Pero las dos obras no nacieron de forma aislada, sin nexo alguno. Desde el inicio, señala Mueckay, tuvo la idea de edificar una trilogía coreográfica. Por ese motivo, este año trabajó en la pieza que completa el ciclo, que es Jugo de amargos adioses.
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Para titularla tomó prestado un verso del pasillo Romance de mi destino, porque al igual que en la creación de Abel Romeo Castillo, en la coreografía de Mueckay se habla de nostalgias por la partida, de despedidas tristes, de sueños y de permanentes adioses.
El artista guayaquileño completa su trilogía con un tema tan actual como doloroso para el Ecuador de hoy: la migración. La vida de aquellas personas que desde las distancias se beben sus pócimas de recuerdos.
La pieza, de media hora de duración, con la que ayer se tenía previsto cerrar el Festival Internacional de Artes Escénicas Guayaquil 2005, a su vez formará parte de un espectáculo que llevará por título Civilizatoria, y que integrará las dos obras anteriores de Mueckay: Húmedas Trinitarias y Se nos fue la mano.
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Con esa trilogía, el grupo Sarao, que dirige Mueckay y con el cual él monta sus creaciones, planifica participar en el 2006, en festivales internacionales de danza y teatro.
“Es un trabajo que habla del Ecuador, de sus seres humanos, de sus ciudadanos”, manifiesta Mueckay, quien sostiene que en sus obras le interesa darle voz a las personas comunes, a la llamada sociedad civil. De allí el nombre de Civilizatoria. También dice que es una especie de memoria, para que la gente no olvide ciertas situaciones.
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Construir Jugo de amargos adioses tomó algún tiempo e involucró no solo la voluntad y creatividad del director, sino el aporte del elenco de bailarines: Omar Aguirre, Jorge Parra, Michelle Mena, Paola Cabal, Nancy León y Cindy Cantos, quienes cultivan la danza contemporánea. Y de tres estudiantes que con esta pieza se estrenan como intérpretes de contemporáneo: Cristian Andrade, Mario Suárez y Vanessa Guamán, esta última ex integrante de la compañía de danza folclórica Retrovador.
“Nosotros le damos los hilos y Lucho pone la aguja y comienza a hilar”, refiere Cindy Cantos. Con esta frase la bailarina resume el trabajo de cada uno de los intérpretes: movimientos, emociones, improvisaciones, imágenes y emociones una y otra vez. Porque, argumenta Mueckay, las emociones son la clave en la danza teatro. Estas, refiere, importan más que el tener un personaje argumentalmente definido.
“Nuestras pequeñas improvisaciones Lucho las iba armando y se iban transformando en lo que son ahora”, comenta Mario Suárez. Para improvisar Vanessa Guamán refiere que recordaba lo que veía en la televisión sobre los migrantes y algunas historias familiares.
Paola Cabal acota que tenían un poco de temor de tocar el tema de la migración, porque algunos grupos lo han abordado ya y les daba miedo repetirse, pero piensa que han logrado algo diferente, por los símbolos que usaron. “Por ejemplo, el pasaporte que tenemos en escena no es solo pasaporte. Se convierte en abanico y otros elementos”, argumenta.
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A Nancy León y Michelle Mena la migración, las historias que revelan los medios de comunicación en torno a ella, las entristece, pero esa tristeza la convirtieron en movimientos. Y el resultado es esta obra que comienza su recorrido.