En medio de un ambiente de guerra, en la que están involucrados los reos de al menos catorce de los 24 pabellones de la Penitenciaría, los internos de cuatro áreas integran los procesos de rehabilitación. Las iniciativas son en parte por autogestión. No existe una política de Estado en este sentido.

Es mediodía y se oye una sirena. En el pasillo aparecen, con plato en mano, decenas de presos que pagan sus penas en el pabellón APAC (Ayuda al Prójimo, Ama a Cristo) de la Penitenciaría del Litoral. Forman una fila y reciben la comida que un grupo de compañeros prepara en la cocina comunitaria.

Ordenadamente buscan un lugar en la mesa, de unos diez metros de largo. Rezan y, entre conversaciones sobre religión y trabajo en los talleres de carpintería, se alimentan.

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La vida de los 101 internos de APAC, constituido como pabellón hace cuatro años, es distinta a la de la mayoría de los 3.383 internos de la Penitenciaría. Aquí rigen reglas establecidas por los líderes encargados de las áreas de Evangelización, Disciplina, Labores, Aseo, Educación y los coordinadores de Confraternidad Carcelaria.

La principal actividad es la fabricación de puertas y ventanas para la Fundación Hogar de Cristo, que les provee material y les otorga una remuneración simbólica de $ 13 semanales. También administran una ferretería que es obra de la autogestión, explica Teófilo Hermenegildo, voluntario de Confraternidad Carcelaria.

“Los internos aportan un dólar semanal para gastos de mejoramiento del pabellón. Hay un ecónomo que maneja ese dinero. Cada tres meses se cambia a la persona para que todos tengan esa responsabilidad y se preparen para su reinserción a la sociedad”, indica Hermenegildo.

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El pabellón de APAC es uno de los cuatro donde se desarrollan programas de rehabilitación social en beneficio de los reos. Junto con Régimen Progresivo, Clínica Terapéutica y una parte de Artesanos, involucran a 494 reos, el 13% de la población carcelaria de la Penitenciaría. Porcentaje que los mismos internos y directivos consideran mínimo.

De los otros 24 pabellones, catorce están involucrados en una guerra entre grupos rivales, a quienes los guías les denominan bandas y que –según sus miembros reconocen– se pelean espacios de negocios de droga y armas. Esa confrontación deja como saldo 19 muertos en lo que va del año.

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Freddy Arévalo Mendoza, jefe del departamento de Diagnóstico y Evaluación de la Penitenciaría, afirma que en el penal existían siete pabellones involucrados en programas de rehabilitación pero por el paro carcelario que se da desde el 20 de junio pasado, se perdieron tres.

Arévalo admite que hay dificultades por las peleas entre internos y las presiones de los jefes para con quienes desean recuperarse. “Siempre existe un cerebro que está afuera y le interesa manejar todo esto que para él es un mercado (por la venta de droga y tráfico de armas)”, asegura.

El pabellón Régimen Progresivo es el único donde se aplica una política de Estado que motiva a que el interno vaya alcanzando, durante el encierro, sus objetivos de rehabilitación. Primero deben conocerse a sí mismos; luego convertirse, y dedicarse a labores productivas en los talleres.

“Este es un pedazo de cielo en medio del infierno”, considera Octavio Espinoza, colombiano acusado de narcotráfico y que permanece preso dos años sin sentencia.

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En Régimen Progresivo las celdas tienen el nombre de habitaciones. Lucen muy aseadas y ordenadas y hasta en una de ellas, un interno instaló una clínica odontológica. Las reglas son estrictas. Está prohibido consumir droga, cigarrillos o alcohol. Quien desobedece es expulsado del lugar.

Además, realizan trabajos de carpintería y con apoyo del proyecto Concepto Azul y la Universidad de Guayaquil se maneja un centro de acuicultura. Hay media docena de tinas con alevines de tilapia.

Clínica Terapéutica
Por una puerta alejada del pasillo principal se accede a Clínica Terapéutica, pabellón destinado a drogadictos y alcohólicos que demostraron su decisión de dejar aquellos vicios. La ayuda psicológica es la base del éxito. En esta unidad funciona una escuela y un colegio que tiene alumnos hasta segundo curso. En un sector hay oficinas equipadas con computadoras.

Alfonso Andrade, quien lleva cumplidos dos y medio de los ocho años de sentencia por narcotráfico, hace de caporal o representante de los 126 reos que principalmente se dedican a labores de ebanistería. Su testimonio es ejemplar:

“Estaba en B Alto. Consumía base de cocaína, marihuana. De fumador ocasional me fui al piso. Aquí en el penal, con dinero se consigue toda droga y cuando uno cae preso se deja llevar por la depresión. Me endeudaba hasta con $ 30 por semana y para pagar, si mi familia no venía a visitarme, vendía la ropa, zapatos, lo que sea.

“Un amigo me invitó a las charlas. Comprendí que era una basura y decidí escaparme de ese mundo. Hoy trabajo en ebanistería para ayudar a mi familia en Esmeraldas y estoy en segundo año de secundaria cuando afuera tenía solo tercero de primaria”.

494 PRESOS
Son parte de los pabellones donde se ejecuta algún programa de rehabilitación. Cifra que ellos mismos y los directivos de la Penitenciaría consideran mínima si se toma en cuenta que son 3.383 internos en todo el establecimiento carcelario.