Resulta difícil ser uno mismo. Somos esclavos de la imagen, el súper yo. Mil veces recordé aquella frase: “todo lo que creemos poseer nos posee a nosotros”. A quién no le gustaría manejar un Lamborghini (alcanza los 100 kilómetros en menos de 4 segundos), vivir en villa de lujo con cinco mil metros de terreno, cámara frigorífica atiborrada con productos gastronómicos del mundo entero, teatro en casa con televisor de pantalla gigante, equipos sonoros de ultrafidelidad, cuenta bancaria que asegure por lo bajo unos diez mil dólares de renta mensual, tener unos cincuenta ternos en el guardarropa, setenta camisas, treinta pares de zapatos. Se supone que si tuviéramos además Rolex, Cartier, zapatos Bally, viajaríamos alrededor del mundo entero, no tendríamos nada más que desear. Según la publicidad televisada seríamos totalmente felices, pero solo somos cascarones de alma fugaz perseguidores del imposible sueño.

Quien dispone de todo no por eso conquista la dicha. Nadie impide que se muera un pariente, fallezca el amigo entrañable, asole un desastre natural. Nadie puede asegurarnos una existencia inalterable. Las probabilidades de perecer son muchas: secuestro express, accidente de avión, enfermedad terminal, choque frontal en la carretera, paro cardiaco. Sin embargo, nos creemos el ombligo del mundo. Cuando más tenemos, más nos buscan, envidian, piden favores, lo que no significa que nos amen. Quien cae en desgracia queda solo. Los amigos se esfuman en el acto.

¿Qué felicidad podemos alcanzar? Debemos tener lo suficiente como para vivir con decoro, sin lujos excesivos ni necesidades apremiantes, evitar angustias de tipo económico, conformarnos con los achaques que llegan sin aviso: dolores de espalda, molestias en las piernas, migrañas, catarros, lumbago, colitis, perturbaciones en el tracto digestivo. Se produce un desgaste mayor cuando vivimos con prisa. No es lo mismo ser modelo del año, que llevar a cuestas varias décadas. Es imprescindible no endeudarnos más allá de nuestros ingresos, sino llegan quebrantos, cefaleas, bancarrota.

Es desagradable ser pobre, pero los ricos también pagan impuestos. Basta ver a Michael Jackson, John Lennon, Liz Taylor, Richard Nixon, Marilyn Monroe, Jayne Mansfield, decapitada en un accidente automovilístico. Howard Hughes no solo fue el hombre más rico del mundo, el aviador desquiciado retratado por Martin Scorcese, sino el promotor de pechos femeninos enormes que ofreció en calendarios a los soldados norteamericanos enfrascados en una guerra con el Japón. No consiguió la anhelada felicidad. Quien tiene mucho desea el poder absoluto, mas la política puede desprestigiar para siempre. El exilio se halla cerca del reino.

A pesar de conquistar la fama, poseer el cuerpo más perfecto del planeta, firmar autógrafos, llevar joyas de precio exorbitante, ropas millonarias, queda el ser humano indefenso, ávido de ternura, deseoso de ser amado por lo que es, no por lo que tiene.
Gandhi, con tantos admiradores, murió asesinado. Tuvieron un final trágico: Sadat, Hitler, Mussolini, Goering, miles más. Regalar dicha es la única forma de conseguir fragmentos de ella. No hay tanta gente feliz como usted cree. Somos lo que sembramos. Lo peor es perder la conciencia de nuestra fragilidad, olvidar que somos mortales.