¿Ha sentido, querido lector/a, al contemplar el mar una paz infinita? ¿Ha sentido, al chocar las olas frente a la playa desnuda y percibir el cosquilleo de la arena caliente en sus pies, resonar en su sangre el eco de la naturaleza? Cuando ha penetrado en un bosque, al solo contacto con los árboles y los pájaros, ¿ha notado alejarse de su cuerpo cualquier hilo de tensión que mantiene rígido su cuello? ¿O simplemente experimenta una milagrosa alegría cuando al regar sus matitas le da la bienvenida un nuevo brote o el minúsculo apunte de una flor? Si es así, a usted le hubiera gustado asistir a un taller sobre Ecología Profunda que organizó hace unas semanas el Bosque Protector Cerro Blanco y que dejó, entre los pocos que asistimos, reflexiones intensas.

Estuvo en Guayaquil el Dr. Daniel Henning, PH.D, guardaparque, profesor de la Universidad de Montana, ex monje budista, autor de numerosos libros y con más de doce años de trabajo en los bosques tropicales del sureste de Asia. Este ecólogo atípico, de manos artríticas y mirada sabia, en un auditorio que era una choza con techo de paja en el corazón del bosque, sembró inquietudes con un movimiento radical que propugna un acercamiento espiritual a los valores ecológicos a través de la reverencia y compasión por todos los seres vivos. Hasta aquí no hay nada radical,
pero en la medida en que vamos escuchando y comprendiendo vemos que este movimiento plantea paradigmas nuevos que derrumba los fundamentos judeo-cristianos de nuestra cultura porque sostiene que es esencial cambiar la visión antropocéntrica que ve en el ser humano el centro de la vida, “el rey de la creación”, por una filosofía biocéntrica que concibe el mundo como una gran telaraña en donde es la vida la que está en el centro y los humanos somos solo un hilo de esa telaraña, una hoja en el árbol de la vida, una de las diez millones de especies que habitamos la tierra, nada especial, según John Seed, otro de sus seguidores.

Esta arrogante visión antropocéntrica es la que ha permitido que los humanos, al considerarse separados de la naturaleza, la agredan, talen sus bosques, dañen la atmósfera y desequilibren la fina red de la vida. El bajar de la cima de la pirámide en la que nos hemos colocado y ver que somos una parte del todo y que si matamos una especie, si destruimos nuestra atmósfera, si corrompemos nuestros océanos, estamos destruyendo nuestro cuerpo, nos hace advertir que la defensa de la naturaleza es nuestra propia defensa. Por eso propone cambiar nuestro apelativo de seres humanos por seres vivientes para colocar en el mismo plano el derecho a la vida e integridad de todas las especies; y cuando argumentaba estas y otras razones nos extendía un diario con la noticia de que el zoológico de Londres, junto a la jaula de los primates, había adecuado otras para exhibir hombres y mujeres, recordándonos que somos también animales y parte de la cadena.

Estas ideas son tan revolucionarias como cuando Copérnico y Galileo se atrevieron a sostener que la Tierra no era el centro del Universo. “Así como la gente creía que el sol giraba alrededor de la Tierra, hay gente que cree que la vida gira alrededor de la humanidad”, explica Seed. Esta filosofía sostiene que es solo una ilusión la diferencia entre hombre y naturaleza, que árboles e insectos tienen los mismos derechos que los mal llamados “humanos”, incluso estos por su explosión demográfica y por su desordenada avidez se han convertido en un cáncer para Gaia, la Tierra, que es también un organismo vivo e inteligente que se defiende de esta sobreexplotación. Ideas para profundizar y discutir...