El francés Sebastien Loeb (Citroen Xsara) solo necesitaba un podio para proclamarse campeón del mundo por segundo año consecutivo, y este domingo en Obihiro lo logró gracias a su segunda posición en el rally de Japón, decimotercera de las 16 pruebas de la temporada.

Mientras Petter Solberg (Subaru Impreza) se veía obligado a abandonar poco antes de la llegada y Marcus Gronholm (Peugeot 307) se hacía con la victoria, Loeb se había asegurado su nuevo título mundial, previsto en el país del sol naciente, tras el rápido cálculo que hizo el 28 de agosto, cuando consiguió su octava victoria del año en Alemania.

Quince días antes en Gran Bretaña, el francés cedió la victoria a Solberg para no tener que proclamarse campeón cuando Gronholm se retiró en señal de luto por la muerte del británico Michael Park, copiloto del estonio Markko Martin. "Quiero liberarme para poder ir a Córcega a ganar. No buscaré la victoria a cualquier precio aquí", anunciaba el piloto Citroen a su llegada a Obihiro. Y, como de costumbre, cuando el francés se marca un objetivo, lo persigue hasta conseguirlo.

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Hace ya varias semanas que sus rivales, Solberg y Gronholm, dejaron de  hacerse ilusiones. Ambos sabían que la hegemonía del francés esta temporada era tal que nada ni nadie podría impedir su segundo triunfo consecutivo, inevitable.

"Seb será campeón cuando quiera, como quiera", aseguraba, impotente, Solberg el jueves en Obihiro. Terminar en el podio en Japón estaba al alcance de un piloto que demuestra desde su llegada al Mundial, y sobre todo este año, que tiene el control en todos los terrenos, en todas las situaciones, que domina toda la carrera.

Y un ritmo prudente para Loeb es demasiado elevado para la mayoría de los competidores. Solo Solberg y Gronholm están a la altura. "Si miramos esta temporada, un podio está ampliamente a mi alcance", admitía el francés antes de la salida en Obihiro.

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Una sola jornada, la del viernes, fue suficiente para que Loeb se colocará en posición de campeón. Pese a la gran desventaja de abrir la marcha en unas rutas llenas de grava y piedras, el piloto Citroen selló definitivamente su destino con un formidable número acrobático en el segundo paso por Kunneywa-Nieuo (50,06 km).

A partir de ahí, Loeb podía limitarse a esperar acontecimientos, dejar que Gronholm presionara a Solberg. "Para luchar contra los chicos de delante, había que correr grandes riesgos. En mi situación, cometer una falta habría sido estúpido", destacaba el campeón mundial.

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El error no está entre las costumbres de Loeb. Ninguno esta temporada, solo tres desde sus comienzos en el Mundial al volante del Xsara (Cataluña 2002, Argentina 2003 y México 2004). La seguridad es una de las principales cualidades del francés, contrariamente a muchos.

"La diferencia es demasiado importante para alcanzar a Solberg. Conservo el ritmo justo para mantener la presión sobre él. Nunca se sabe", aseguraba Gronholm antes de las tres últimas especiales del domingo. Y el finlandés tenía razón.

En la penúltima especial, Solberg se topó con una piedra en plena trayectoria. Con la suspensión derecha delantera y la dirección dañadas, el  noruego tuvo que abandonar, dejando la victoria al finlandés de Peugeot.

El domingo, reinaba la emoción, en Citroen por la coronación del "rey Loeb" y en Peugeot por el segundo puesto. Gronholm y la marca del león no podían esperar nada mejor que ofrecer en memoria de Michael Park.

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