Nunca concurrí a un circo, la sola vista de los animales con domadores armados de látigos me producía un profundo rechazo. Tampoco apreciaba los títeres. Los rostros caricaturizados de los muñecos hacían que, de pequeña, en la escuela, me sentara de espaldas al teatrín donde la obra tenía lugar. Un día, por azar, presencié una función del Cirque du Soleil en la televisión y mi percepción recibió un sacudón avasallador…

Pero fue con el circo que los jóvenes que Zumar y el Municipio implementaron en Bastión Popular, donde los jóvenes en riesgo –esos a los que la sociedad les tiene miedo por su color, su forma de vestir, peinarse, moverse y hablar– se transformaron en malabaristas, zanqueros, payasos y acróbatas, que comencé a disfrutarlo plenamente.

Hace pocos días estuve una semana en Barcelona convocada nuevamente por los temas de seguridad, culturas juveniles urbanas, jóvenes en violencia armada. Varios expertos compartieron experiencias e intentaron abordar soluciones para un problema global que desborda las políticas nacionales y nos enfrenta al sentido mismo de la vida y del futuro que juntos estamos creando. En el pequeño grupo había alcaldes, sociólogos, diputados, miembros de la policía, funcionarios de las Naciones Unidas, hombres y mujeres de diferentes países. No había artistas. Compartíamos una convicción común: la represión y la violencia manifiestan el fracaso de las políticas de prevención y la amplitud de las causas de la inseguridad. Estas son demasiado importantes para dejarlas solo en manos de la policía o las fuerzas del orden.

En el espacio entre esas reuniones serias y por momentos graves conocí varias experiencias llevadas a cabo por artistas de circo, en especial por el grupo de Payasos sin Fronteras y el Circo de Novo Barrios (Nueve Barrios), y la transformación que logran mediante el arte, los malabares, el humor y la sonrisa. Las situaciones traumáticas, de conflictos violentos se convierten en oportunidades, a decir de Jorge Blandón, colombiano de Medellín entrevistado por La Vanguardia: “Suba a un niño maltratado a un par de zancos y dejará de ser víctima para convertirse en protagonista de un cuento contado por él mismo”.

La pregunta surgía sola. ¿Los diálogos de expertos y las propuestas de los artistas tienen algo en común en la tarea de transformación ciudadana? ¿Quizás los artistas podrían mostrar caminos más creativos para hacer frente a los conflictos, que los técnicos expertos en encuestas y rejas de todo tipo?

A punto de comenzar el Circo de los Muchachos, que el Municipio impulsará en el Guasmo, la seriedad de esa risueña propuesta, en el contexto de lograr una mayor seguridad ciudadana, nuevamente me interpeló. La capacidad de comunicación no formal que el circo explora, el asombro y la risa que sus artistas provocan, permiten la comunión con lo más profundo de nosotros mismos; queda rebotando en el interior con sensaciones y preguntas que obtienen distintas respuestas según los momentos. Aparentemente no son de utilidad, no sirven para nada, solo para distraer. Al igual que Dios y el amor que tampoco sirven para nada y sin embargo llenan de sentido la vida, porque lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado.

¡La explosión de la risa, el esbozo de la sonrisa, son el más sano y recomendable quehacer humano en horas de incertidumbre!