Buenos señores que hasta hace poco practicaban la religión del mercado se han vuelto herejes y disputan el puesto de los maestros de la UNE.

Eso de situarlas a uno u otro lado de un lugar imaginario se inició en la convención que abrió paso a la Revolución Francesa. Quiso la casualidad que unos buenos señores que querían que nada cambiara se sentaran en el lado derecho, bastante separados de sus colegas transformadores, aquellos que habían copado el otro lado de la sala. De ahí en adelante quedarían para el mundo entero establecidos los nombres que ahora parecen tan naturales. Izquierda y derecha han terminado por convertirse en calificativos tan útiles que es difícil imaginar cómo sería el mundo de la política sin la referencia que ellos proporcionan. Basta echar una mirada a nuestra historia para comprobar que sería imposible entenderla sin esa brújula elemental que nos permite situar las cosas en donde les corresponde. Por eso siempre supimos en dónde estaba cada quien. Participar en marchas masivas de defensa de los intereses de un banquero no era cosa de la izquierda, como no lo era de la derecha salir a la calle para pedir incrementos salariales para algún sector de empleados públicos o privados. Cada uno a lo suyo, y así todos podríamos saber hacia dónde vamos y con quién andamos.

Pero eso se acabó. Ahora resulta que los buenos señores que hasta hace poco practicaban la religión del mercado se han vuelto herejes y disputan el puesto de los maestros de la UNE. No, en realidad van mucho más allá que estos ingenuos y tímidos personajes que nunca rebasaron el límite de la reivindicación gremial. Los nuevos revolucionarios han logrado encabezar la más grande propuesta de estatización de la banca nacional. Tan grande y transformadora que, por envidia y vergüenza, debe haber puesto de color morado los rostros de los economistas anti OCP (siempre creativos y siempre en busca del primero que pase por ahí con audaces propuestas). Tan revolucionaria, además, que será posible patentar una forma novedosa de estatismo de mercado, nada más y nada menos que en el área financiera. Algo así no se les ha ocurrido ni siquiera a los dirigentes chinos, quienes con sabiduría milenaria han logrado demostrar que el socialismo es la vía más larga para llegar al capitalismo.

A la revolución de la guayabera, la pistola al cinto y los sesenta adjetivos por minuto no le llegarán los temores de quienes dicen que la estabilidad económica cuelga apenas de un hilo. Tampoco importarán para algo esas tonterías de la globalización y de la negociación del TLC. ¡Allá el mundo!, que vaya en la dirección que le dé la gana, si al fin y al cabo el destino de cualquier república bananera está escrito de antemano. Para verlo en vivo y en directo bastará contar las manos que se levanten en el Congreso para aprobar la novedosa, creativa e inigualable ley. Nadie querrá quedarse en ese campo vacío que de hoy en adelante será la derecha, e incluso muchos se sentirán incómodos de que les pueda ubicar en el centro. La revolución de la guayabera se habrá consumado.