La familia  de Enrique e Isabel Cantos ha elaborado estandartes por más de 50 años.

Son tiernos. De dulce voz y trato amable. Tanto que contagia. Dicen que siempre ha sido así pues consideran que el respeto y el cariño son vitales para que una pareja esté junta por tanto tiempo.

Lo creen. Lo viven. Lo sienten. Mucho más ahora cuando, como refieren, “el tiempo no ha pasado en vano” por sus vidas. Pero eso no es algo que los agobie, mucho menos que les quite las ganas de sonreír y de seguir trabajando.

Enrique Cantos y su esposa Isabel Cantos están acostumbrados precisamente a eso: a laborar. Esa actividad les ha permitido formar a sus cinco hijos y “vivir honestamente”.

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Por eso no quieren dejar de hacer una de las cosas que mejor saben: confeccionar banderas de tela. Lo han hecho por más de cincuenta años y desean continuar. De eso no tienen ninguna duda, pese a los 82 años de don Enrique y los 72 de doña Isabel.

“Un día pensé que a la gente le gustarían más las banderas de tela en lugar de las de plástico”, dice Isabel, al recordar cómo empezó a estructurarse el negocio familiar.

Su esposo confirma lo dicho. “Fue buena idea, empezamos a vender a muchos almacenes y también en las calles”, comenta mientras muestra una foto en la que aparece junto a su hijo en una de las calles de la ciudad, en la década del 60.

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Pero el negocio creció. Las ventas en las calles terminaron y luego solo trabajaban para instituciones sociales y cívicas de la ciudad, comerciales y bancos. Sus hijos colaboran con ellos en la confección de moldes y detalles. Isabel se encargaba de coser, mientras Enrique de elaborar las astas.

Eso no ha cambiado mucho. La pareja sigue haciendo lo mismo, aunque ahora tres de sus descendientes participan en la actividad.

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La confección de banderas no solo se realizó en Ecuador, también tuvieron la oportunidad de exponer su trabajo en Venezuela, a donde la familia se trasladó a inicios de los 70, debido al trabajo que han realizado por más de cuatro décadas.

“Dios nos permitió estar allá por diez años, sirviéndole y comunicando el mensaje de salvación a través de Jesús” , explica don Enrique. 

“Pusimos un lindo negocio en un mercado de artesanías”, recuerda su esposa, mientras él intenta agregar más datos al relato. “Nos fue bien, predicamos en muchos lugares pero nunca dejamos a un lado a las banderas, siempre han sido más que un negocio, es algo especial”, cuenta.  

Regresaron en 1981 debido al aumento de las complicaciones para los extranjeros y las buenas noticias provenientes desde Ecuador, donde las exportaciones de petróleo daban esperanza de progreso económico a millones de personas.

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Aunque por último, no  resultó como esperaban. Nunca se arrepintieron de volver.
“Esta es nuestra tierra y no la cambiaríamos por nada, estamos muy contentos de estar acá”, dice Isabel.

Su marido está de acuerdo. “No tenemos grandes riquezas, pero Dios nos ha dado la oportunidad de servirle y eso es lo más importante”, dice.

Don Enrique y doña Isabel, que residen en la Cdla. Los Esteros, seguirán “adelante mientras haya fuerzas para hacerlo”. Lo harán con la misma entusiasmo como cuando comenzaron hace más de 50 años.