En Leocadia y diez escenas impúdicas, la trasgresión no está en las sugestivas escenas de corsés que se abren con facilidad. Más bien, está en la exaltación de las debilidades humanas (miedo, dominación, engaño) en las relaciones prostituta-soldado, soldado-sirvienta, sirvienta-joven, y así, diez situaciones en total, representadas por doce actores rusos del Teatro Hermitage de Moscú.

Esta es la segunda vez que esta compañía se presenta en Quito. La primera vez fue con una obra de tono similar, Bajo la cama, hace dos años. En esta ocasión el Teatro Sucre estuvo repleto y el público salió con una sonrisa  al final.

El idioma no fue una barrera. Los actores interpretaron sus líneas en ruso, mientras se proyectaban en una pequeña pantalla los subtítulos. Así, la interpretación mantuvo una fluidez, una nitidez para transmitir cada frase.

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Destacó la interpretación de Andrei Simionov en el papel del joven. Su actuación dio en el centro de la intencionalidad del autor de la obra, el austriaco Arthur Schnitzler, pues plasmó bien el juego picaresco de encarar el vértigo y la dicotomía entre las relaciones casuales y las que se cree que son verdaderas.

En el montaje del director de la obra, Mijail Lecitin, Leocadia (interpretada por Irina Bogdánova) tiene un papel metafórico. Ella es un ojo sensible, una metáfora de lo que es el público de las butacas: es censuradora a ratos, y burlona y condescendiente en otros.

La escenografía fue simple, pero efectiva, pues un gran armatoste de camas unidas sirvió para conjugar las situaciones con los personajes.

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El vestuario fue adecuado, bloqueó el recurso del desnudo fácil. Si a esto se suma que se utilizaron imágenes creativas para los momentos más sugestivos, las diez escenas impúdicas jamás fueron diez escenas vulgares.