El maestro guayaquileño Enrique Tábara exhibió una muestra de sus obras en el Teatro Centro de Arte de la Sociedad Femenina de Cultura.
La exoisución de Enrique Tábara en el Teatro Centro de Arte, Obra actual, que se exhibió hasta ayer, paradójicamente se remonta al pasado. Esto suscita la pregunta: ¿dónde está la novedad, en la imagen, la técnica o en la actitud? Porque al recorrerla hay la sensación de ya haberlo visto todo. Pero enseguida se percibe una insistencia del artista.
Las patas, piernas y zapatos son reconocibles y recurrentes. Estos aparecen en su trabajo a partir de la década del setenta y toman mayor fuerza en los ochenta y noventa. Sin embargo, dentro de la repetición, en la cual podría haber un retroceso cuestionable, Tábara demuestra que hay espacio para nuevas reflexiones. Dice: “Hacer algo diferente es fácil, saber por qué repetirse no”.
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Esto surge después de un mirar atrás en sus etapas y procesos. Se detiene frente a un tema que le problematiza: la carencia del estudio de la imagen, no como imagen, sino como un hecho plástico. Ya en obras de la década del cincuenta, como Guisa o La solterona (1) era evidente más su resistencia a la estética del realismo socialista que otro tipo de planteamiento. Sin embargo, ahí empezaba su empeño por rebasar la necesidad del contenido de un cuadro y elegir un estudio eminentemente plástico.
Posteriormente tuvo dos etapas importantes en su obra: el Informalismo y el Precolombinismo. Años de fructífera producción, durante los cuales salió a Europa y el estudio plástico fue esencial. En el primer caso, su trabajo significó finalmente un enfrentamiento a la tónica informalista debido a que esta no admitía la forma geométrica.
Casi cinco años después de su participación con los artistas españoles necesitó del elemento geométrico para responder a la temática precolombina que lo ocupó en la década del sesenta. Rompe con el Informalismo europeo, y de regreso al Ecuador, de donde había salido diez años atrás, se sirve de la poética y estética precolombina para demandar una oxigenación del arte figurativo ecuatoriano.
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Tábara, artista de ruptura y cambio, fue para la modernidad ecuatoriana figura clave. Obras tempranas como Insectos (1953), Atigrado en fondo rosa (1954, conocido como Formas) y Pájaro (1954), (2) marcaron un camino difícil de entender en el momento que aparecieron. Pero también dejaron significantes, que son los que Tábara retoma, y, aunque le es un reto, intenta imponer la vigencia y validez de trabajarlos hoy.
Estos cuadros anuncian su interés por rescatar una imagen, sea una pierna, pie o zapato, y trabajarla de manera más o menos reconocible, para resolver problemas de composición, factura, contraste y color.
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Rojo supersustancial, de 1971, muestra este punto. La parte central del óleo es materia pura, textura pura, llena de cuarteamientos, interpretado por Tábara como “el mundo informal, sin geometría”.
En los alrededores del cuadro se forma un margen donde aparecen geométricamente zapatos y pies. Rojo supersustancial se le anticipó en el tiempo: “aquí se mezclan dos mundos”. Trabajo cerebral, en el cual el rojo subyuga al artista quien logra contrarrestarlo con formas serias y sobrias, en tonos grises.
Dos obras en la exposición: Estructural en tonos celestes y Limón y rosa (ambas del 2005), ponen en escena la lucha por equilibrar lo emotivo y lo cerebral: la primera es más fría y programada.
Pero la segunda enfrenta colores enemigos, el rojo y el verde, que pueden producir una brusca experiencia estética en el cuadro. Lo apacigua al convertir al rojo en rosa, y también con manchas blancas sobre el verde. Lo blanco destila entre el verde y le quita la dureza. “Este es uno de los cuadros que representan lo que yo quiero hacer”, reafirma Enrique, “… es un control de las emociones, no dejarme llevar por la mano…”.
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Ante la excelente factura y calidad de su nueva obra, Tábara impone su posición y demanda una relectura de momentos específicos de su trabajo. Con Blanco y rojo con equis azul (2005), también expuesto, sostiene que las imágenes siguen siendo pretextos, y para él hay que saber reconocer la diferencia entre el antes y el ahora: “… lo difícil es llegar a ese momento, peligroso, si se lo quiere llamar así, en que aparentemente nos repetimos… meterte en una cosa en que te reafirmas…
cuando estudias y analizas una obra anterior… cuando sabes por qué ya no pones ese color, cuando lo ves desde otro punto de vista, ahí te das cuenta que estás haciendo algo diferente…”.
1. Guisa. Óleo, 1952. La solterona. Óleo, 1951. Colección de la Casa de la Cultura Guayaquil.
2. Insectos. Óleo, 1953.
Atigrado en fondo rosa. Óleo,1954.
Pájaro. Óleo, 1954.
Los dos primeros: colección del MAAC. El último, colección privada. Pueden observarse en la Sala Autoral del MAAC.
* Las citas del artista que aparecen en este texto corresponden a conversación mantenida con él a propósito de su reciente exposición en el Teatro Centro de Arte.