En estos días se habla mucho de la reforma política. El tema se ha actualizado con los presagios de un acuerdo con el Congreso para lograr los cambios legales y evitar así una posible consulta al pueblo y más aún una Asamblea Constituyente propuesta por algunos sectores.

Sin embargo, tenemos que primero preguntarnos para qué queremos una reforma. ¿Queremos un país cualitativamente distinto, profundamente diferente al que hemos vivido hasta hoy? ¿Queremos redefinir la estructura y el papel del Estado para lograr un país más equitativo y menos excluyente? O ¿queremos solamente un país más gobernable, con menos conflictos y más posibilidades de entendimiento entre las funciones del poder?

La respuesta es importante porque de ella depende lo que haya que reformar. Sin embargo, todo hace pensar que aunque respondiéramos que lo que queremos es lo primero, tendríamos pocas propuestas claras, que además de plantearnos el qué nos planteara el cómo.

Esto no es extraño porque plantear esos cambios profundos requiere mucho pensamiento político verdadero, ese que encierra una filosofía, que es capaz de formular un tipo de sociedad y de organización política de esa sociedad desde una concepción que, partiendo de los derechos humanos, proponga el tipo de organización que los garantice a todos en plenitud y que, además, deje claro el cómo lograrlo.

Y, probablemente, no tendremos esas respuestas porque no hay partidos políticos verdaderos, capaces de cumplir su papel que es en primer lugar proponer un tipo de país y un plan para alcanzarlo. Tenemos solamente grupos de personas organizadas tras un personaje central y, fundamentalmente, con fines electorales.
Por eso no realizan trabajo de educación política permanente, no proponen cambios profundos ni explican el cómo alcanzarlos. Apenas ofrecen todos, lo mismo: combatir la corrupción, dar empleo, terminar con la pobreza, etcétera.
Escuchándolos pareciera que cualquiera da lo mismo, al fin y al cabo, las diferencias son personales y no de planteamientos políticos.

Por todo lo anterior, es posible que los cambios de los que hablamos sean solo algunas diferencias sobre lo mismo y, para eso, si lo pensamos bien, a lo mejor, ni siquiera son tan necesarios, pues nos mantendrán marchando en el mismo terreno hasta que la desesperanza nos lleve a plantear otra vez la necesidad de reformas, hasta que seamos capaces de generar pensamiento político, pues la acción sigue a las ideas y solo las ideas logran la mística, la entrega y el entusiasmo que se necesitan para lograr cambios.