Muchos han sido los que a lo largo de más de dos mil años de civilización y cultura han negado o desechado la realidad por diversas causas, las más de ellas del orden de una reflexión filosófica. En efecto, desde la época griega lo físico parece haber disgustado a más de un pensador, Platón entre ellos, que hasta crearon teorías o planteamientos en que los mundos ideales eran los verdaderos frente a los mundos reales. ¿Por qué lo anterior? Porque quiero remitirme a uno de los aspectos con que se presenta la televisión en los presentes días: el reality show, y la literatura, la novela, en el caso del best seller.

A la pregunta de si el arte puede ser real solo cabe una respuesta: no, porque el espacio y tiempo de la realidad son distintos y concretos frente a los que podemos reconocer en una obra artística. O dicho de otro modo: la obra de arte posee una realidad suya que es diferente a la que corresponde a nosotros, seres de carne y hueso, y al mundo físico en que vivimos.

¿Cómo, entonces, puede ser real un programa televisivo en que un equipo de producción fija las normas que regularán la realidad a ser grabada?

Hay una vía, y es la que generalmente se utiliza, la documental, forjando obras en que bajo el aspecto de documentales se puede filmar una realidad de tal o cual género. Pero hacer documental en cine, y por extensión en televisión, es registrar una realidad por su aspecto exterior, lo que de entrada señala que esa realidad es solo parcialmente y no totalmente tratada.

Los reality, pues, no pueden capturar la realidad para mostrarla a una cierta curiosidad del público, sino que de ella solo tienen el nombre en inglés. En otras palabras, lo que presentan como realidad no es sino una apariencia de ella, una simulación actuada como si eso fuera lo verdadero para el actuante, una imagen que falsifica la realidad antes que ser ella misma.

Todo lo anterior no debe causar extrañeza porque en la vida actual las simulaciones son muchas. Lo que me llama la atención es la acogida del público televisivo a este tipo de productos. Me explico: el público parece admitir que la razón mayor, si no única, para seguir estas emisiones es la consideración de que se trata de la realidad,  y no de su falsificación.

Me pregunto en consecuencia: ¿por qué este súbito apego del público a la realidad cuando generalmente se tiende a negarla o desconocerla?

¿Es acaso bajo esta misma pauta que un buen número de personas se interesan en las telenovelas con contenidos pura o mayormente melodramáticos, cuando no explícitamente patéticos, admitiéndolos como vivas ejemplificaciones de la vida contemporánea? ¿Fue un similar sector de público el que en las pasadas décadas siguió a los buenos y también a los mediocres cómicos de cine mexicano y argentino?

Los reality son realidades a palo, para utilizar una apreciación de Molière, es decir forjada, forzada, en última instancia impuesta por las circunstancias de un encierro, una meta a cumplir, un trabajo que conseguir, etc. Se dirá que algo parecido sucede en la vida. Sí, pero en la vida real esas son necesidades y hasta urgencias que las personas estamos obligadas a asumir, mientras en los reality lo que los participantes asumen es un compromiso para representarse a sí mismos ante las miradas curiosas de los demás. Juegan, y porque juegan aspiran a ganar un premio, última prebenda de este ejercicio de seudovida.