Con justa razón, la revista colombiana Semana se acaba de referir a los ecuatorianos como “malos vecinos”. El artículo dice que “no pocos ciudadanos colombianos asentados en el vecino país –desde refugiados y obreros, hasta altos ejecutivos, empresarios e inversionistas– sostienen que ha comenzado a desatarse cierta ola xenófoba”.

Nos caen muy bien los colombianos mientras nos hagan bailar con su música, dirijan a nuestros futbolistas para clasificar al mundial y nos entretengan con sus telenovelas. Pero cuando vienen a competir en nuestro suelo, nos picamos y les cerramos las puertas. Las modelos locales gritan foul ante las modelos colombianas que nos invaden con su metro ochenta de curvas y simpatía. Nuestros profesionales viven la “injusticia” de perder puestos de trabajo ante profesionales colombianos con maestrías que cobran más barato. Y nuestros pobres vendedores son relegados en sus funciones por vendedores del país vecino, que saben vender arena en el desierto con una sonrisa. Ahí se acaba el baile con Carlos Vives y las alabanzas al Bolillo y Suárez. Y cómplicemente empujamos a las autoridades para que devuelvan a su tierra a estos colombianos guerrilleros.

A base de una buena preparación, educación y alimentación (porque definitivamente algo extra comen esas modelos colombianas) nuestros vecinos del norte nos están ganando puestos en nuestro propio terreno. Y claro, ante tal abuso, nuestras siempre competentes autoridades han propuesto medidas como la de pedirles visa o perseguirlos como criminales. Con la excusa de que muchos “indeseables” vienen del norte a cometer asaltos, actos guerrilleros y otros crímenes, metemos a todos en el mismo costal, y así nos libramos tanto del criminal como del panadero colombiano de la esquina que le quita trabajo al panadero local. ¡Que viva la integración andina! ¡Arriba la hermandad latinoamericana! ¡Negociemos juntos el TLC! Pero todo de lejitos nomás.

Practicamos un doble discurso. Nos quejamos y denunciamos el mal trato, abusos y dificultades que deben soportar nuestros emigrantes en Estados Unidos y Europa. Pero resulta que a la hora de recibir extranjeros somos iguales o peores que aquellos a quienes denunciamos. En lugar de recibir a nuestros vecinos con brazos abiertos y sentirnos orgullosos de que otros dejen sus países para venir al nuestro, se nos suben los humos y les cerramos las puertas.

Nuestras flaquezas no se superan evitando la competencia. Si no nos gusta que nos ganen en nuestro propio terreno, entonces estudiemos y preparémonos bien. Invirtamos más, mucho más, en nuestra educación y capacitación. En lugar de quejarnos y discriminar a los inmigrantes, sepamos competir o unirnos a ellos. Obviamente no todos los colombianos en Ecuador son unos santos. Como no todos los ecuatorianos en Madrid o Nueva York lo son. Pero no podemos justificar la discriminación y xenofobia contra todos nuestros vecinos solo porque unos cuantos anden en cosas chuecas.

Aprendamos de las fortalezas del vecino y enseñémosles las nuestras. Tenemos muchas cosas buenas en nuestro país, que van más allá del dólar, que hacen venir a colombianos y peruanos. Tenemos mucho que aprender los unos de los otros, pero estamos desaprovechando la oportunidad entre ridiculeces, prejuicios y nacionalismos.

Nos encanta hablar de una Latinoamérica fuerte y unida. Empecemos por recibir bien a nuestros vecinos. Si no somos capaces de eso, Latinoamérica es solo un sueño.