Hace varios años, en Estados Unidos, un hombre de unos 37 años, delgado y casi frágil, ciudadano modelo y tímido, se convirtió en una especie de héroe. Hugo Goetz mató, en defensa propia, a cuatro asaltantes que iban a ser sus asesinos en un tren subterráneo en Nueva York.

Muchísimos fueron los comentarios de las personas como de la prensa: “Tomó el toro por los cuernos”, “golpeó al villano donde más le dolía”, etcétera, y ese héroe poco común se levantó como el sentir de una nación, de la pasión por la venganza. Ya lo vemos en nuestro país cuando indígenas encolerizados se convierten en jueces ciegos y cobran venganza y “justicia” contra delincuentes que se atreven a hollar sus tierras, pertenencias, familias y tranquilidad, o cuando pacíficos ciudadanos se defienden sin pensar en las consecuencias.

¡Cuidado, no vaya a ser que en nuestra Guayaquil la gente se colme de los ataques cotidianos de esos verdaderos forajidos (nada de qué enorgullecerse), delincuentes desalmados, y el pueblo comience a tomar “justicia” por sus propias manos! Estos casos de linchamiento podrían provocar grandes injusticias porque al equivocarse habría la posibilidad de desquitarse de una persona inocente. Acordémonos que eso fue lo que hicieron hace 2.000 años cuando una turba enceguecida de odio crucificó a Jesús.

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Debemos tomar precauciones y evitar llegar a estas acciones que provocarían funestas consecuencias en perjuicio de la tranquilidad de nuestra ciudad. Que las fuerzas del orden pongan más decisión para controlar el auge delincuencial, que exista honestidad en sus integrantes y se preocupen de erradicar este mal, pues ellos saben quiénes son; los detienen a todos cada día y al siguiente son liberados por jueces o fiscales deshonestos. ¡Basta ya!, protejan a las personas.

Señores congresistas, preocúpense de exigir a quienes gobiernan que se construyan más escuelas donde educar a los niños, para evitar que de adultos se conviertan en delincuentes.

Ignacio A. Dueñas García
Guayaquil