Los saraos, las francachelas, los conciliábulos o los pactos secretos, jamás aportaron una pizca al crecimiento de la colectividad; los amos del poder y también los peones o zafreros de turno, siempre miraron al país y lo miran desde una óptica ególatra que les impide divisar horizontes amplios. Anhelar un reencuentro nacional, desde dentro del huracán mencionado, es ponerse a la espera de algo que sabemos con certeza jamás ocurrirá; sin embargo, es deber de quienes no deseamos solamente mirar a los toros desde la barrera, saludar todo intento por agrupar a la familia ecuatoriana en torno al país que un día sí existió (optimista, sobrio, sano y cohesionado) y que hoy queremos que vuelva a ser lo que fue.

Las ciudades y los pueblos, la Sierra y la Costa, nuestro Oriente y Galápagos están saturados de anhelos y de esperanzas, al igual que de orfandad y frustraciones. Todo gobierno elegido es una promesa que aborta a la vuelta de la esquina o bajo el más ligero temor de ausencia de respaldo popular. En los rincones patrios se oye hasta el cansancio que Ecuador es un país maravilloso, inmensamente rico y que solamente necesitamos unirnos para hacer de nuestra patria una pequeña gran potencia. Pasan los gobiernos y llegan otros; nacen más niños y se hacen jóvenes y los adultos nos volvemos viejos con la experiencia de que en esta tierra es imposible vivir en paz, que no podemos entendernos, que es parte esencial del ecuatoriano armar camorra al vecino, que nos encantan los escándalos, que no tenemos vergüenza de difundir noticias vergonzosas con tal de que estas interesen a nuestros videntes y oyentes.

En este marco surgen “los forajidos” y terminan con un gobierno que nunca debió ser parte de la historia: se lo acusó de todo, se mostraron documentos y todo quedó sepultado, oleado y santificado; el presente año que pronto concluiremos marca ciertamente el abismo más grande en el que pudimos caer: un país sin Corte Suprema, un Congreso fraccionado e inoperante, un Ejecutivo débil y temeroso, una Contraloría sin contralor, etc. Los forajidos soñaron con un país diferente y todos compartimos ese sueño; los forajidos creyeron que su revolución era contundente y exigieron que todo se transforme, de la noche a la mañana, por arte de magia; ellos en su afán y en su urgencia olvidaron que nada era posible hacer sin el compromiso del Congreso Nacional y que a ciertos congresistas lo que menos les interesa es un cambio radical que termine con sus canonjías y prebendas.

En esta atmósfera, la ID decide patear el tablero político y dice “presente” a la historia y decide jugarse su futuro inmediato por un largo futuro de bienestar nacional. Lo que suceda es de difícil pronóstico, sin embargo, la postura de la ID es calificada como valiente y patriótica. ¿Serán capaces los demás partidos políticos, de alinearse, por esta única vez en dirección a la patria y ser artífices de una reforma que trascienda sus personales intereses y también aquellos de sus tiendas políticas?