Queridísimo Ratón: me da mucha alegría que me escribas y que me preguntes cómo voy envejeciendo. Mas como la vida es breve, esta vez solo me detendré en un punto: te explicaré lo que me ocupa en estos días.

Me encuentro preparando el próximo Congreso Eucarístico Arquidiocesano. Un evento que quizá te traiga a ti completamente sin cuidado, pero que a mí me significa mucho, o mejor, me significa casi todo.

Se trata de un esfuerzo por lograr –lo dice el Arzobispo– “que la Arquidiócesis de Guayaquil, en el marco del Año Eucarístico Internacional, fortalezca su amor y devoción a la Santísima Eucaristía, como fuente de santidad y centro de la vida cristiana de todos los fieles”.

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La Sagrada Eucaristía, como alguna vez te dije, es el supersacramento: el que contiene a Jesucristo todo entero “con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad”.

Pero vayamos por partes. Porque quizás, si no te desmenuzo todo, puede ser que te suceda lo de aquel que comenzó a decir el Credo por el señor Pilatos. ¿Sabes lo que le pasó? Que profesó creer en que el gobernador romano, el señor Poncio Pilatos, fue crucificado, muerto y sepultado, que resucitó gloriosamente al tercer día, y todo lo demás que sigue.

Cada sacramento es un don de Dios maravilloso. Es un algo sensible–visible, tocable, escuchable, que sirve para que Jesús, de un modo misterioso, comunique su Vida.

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Recuerda lo que pasa en el primero de los Sacramentos: derramas agua sobre la cabeza de un niñito; al mismo tiempo dices “yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”; y el niñito –si quisiste hacer lo que la iglesia hace– se convierte por obra del Espíritu Santo, en hijo del Eterno Padre y heredero de la gloria.

El Sacramento de la Eucaristía es por tanto una realidad sensible que nos da la Vida que jamás acaba. Pero es un Sacramento superespecial: en él –y solo en él– lo que se da a quien cree es Jesucristo, vivo y verdadero. El mismo que nació, trabajó, predicó, padeció y murió por mis pecados, y que resucitó según había prometido.

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Ante este supersacramento, sin duda me preguntarás ¿cómo puede ser que Jesucristo esté en el pan y el vino de la Misa?

La respuesta es algo complicada: Jesucristo está en la Eucaristía “sustancialmente”, es decir “a modo de sustancia”. Por eso no le vemos ni le oímos. Y por eso habla la iglesia, con toda exactitud, de que se da una “transustanciación” en la Sagrada Eucaristía. De que se cambia la sustancia del pan y la del vino, sin cambiar las apariencias, en la sustancia del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Es esto lo que quiero predicar a todo el mundo.

Pero ya debo dejarte mi querido ratonazo: ya ves cómo envejezco en estos días: procurando que la gente –tú también querido hermano descreído– conozca más la Eucaristía, se enamore más de Cristo, y sea más feliz.

Recibe un fuerte abrazo de tu hermano sacerdote.

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